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Zacarías 9, 9-10 | Romanos 8, 9. 11-13 | Mateo 11, 25-30

Cuatro meses, solo cuatro meses, están siendo suficientes para que la vida diaria haya cambiado espectacularmente en todos los lugares y en todas las realidades. Pasaremos a la historia como una etapa a no olvidar. Es cierto que en la historia encontramos otros momentos en que se ha vivido algo semejante. No somos gente rara. Pero sí es tiempo de tomar conciencia de que estamos en una situación particular y como tal hemos de hacerla frente. Hoy la liturgia nos invita a detenernos en algunos aspectos de nuestro presente, sean o no sean parecidos a los que se vivieron en momentos históricos. Y entre esos aspectos, que son muchos y variados, selecciona éstos: estamos cansados y agobiados y esperamos que alguien nos alivie.

No somos los primeros

Hace más de dos mil años que Alguien, llamado Jesús, echó una mirada a las multitudes que le seguían, generalmente multitudes pobres, con más deterioro y menos resortes que nosotros, y los describió como seres “cansados y agobiados”.  Jesús era testigo de ello, porque vivía con el pueblo. Era palpable el deterioro humano de las multitudes de su sociedad. Y sin hacer diferencias los llamó a “todos”: “todos los que estáis cansados y agobiados”.

Nuestro cansancio y agobio

Como aquellas multitudes con las que se encontraba Jesús, nuestras multitudes se encuentran también en situación de cansancio y agobio. La sufren las multitudes, de cualquier condición y lugar. Casi todos pasan por esta experiencia. Podemos utilizar palabras distintas y sentimientos variados, pero difícilmente habrá puerta que no se haya cerrado a lo que antes estaba abierto: “estoy cansado”, “estoy agobiado”, “tengo hambre”, “se me cayeron las ilusiones”, “¿adónde el camino irá”… Los ricos tiemblan y los pobres hacen largas filas en espera de una frugal comida.

“Yo os aliviaré”

En esta situación Alguien abre su boca y dice: “Yo os aliviaré”. Y dirigimos espontáneamente la mirada y el oído –exterior e interior- a esas palabras. Y quedamos un poco confusos. Quizá incluso quedamos escépticos. Y es comprensible. Oímos con demasiada frecuencia promesas que no se cumplen y se las lleva el viento. Nos engañan. Y hasta pensamos: ¿No serían las palabras de Jesús unas palabras al viento?

Un salvador humilde

Los judíos (Jerusalén) estaban desconcertados al escuchar las palabras del profeta Zacarías (s. VI a. C) que hoy hemos proclamado (primera lectura). Ellos esperaban a un salvador, un salvador “grandioso”, llamativo, espectacular… Ese Salvador esperado, el Mesías, Jesús, vino “humilde y montado en un asno”. El portal de Belén y la entrada en Jerusalén fue muy humilde, aunque le cantaran los ángeles en Belén  y le alfombraran las multitudes en Jerusalén. Jesús nació en un pesebre, entró en Jerusalén sobre un borriquillo, murió en una cruz y resucitó en soledad. Y así alivió (y alivia) nuestros dolores y cansancios.

 Para la semana: ¿En qué medida somos salvadores humildes de nuestros hermanos cansados y agobiados?