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Génesis 9, 8-15 | 1 de Pedro 3, 18-22 | Marcos 1, 12-15

Seguimos con la conversión. Es una realidad cotidiana, más típica de la cuaresma. En diversas ocasiones a lo largo del año litúrgico la Iglesia llama a la conversión. Uno de estos momentos es el comienzo de la cuaresma. Antiguamente al imponer la ceniza sobre la cabeza del cristiano en el miércoles de ceniza se decían estas palabras: “acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás”. Actualmente se puede decir lo mismo. No obstante, se ofrece esta otra oportunidad: acompañar el gesto de la imposición de la ceniza con estas palabras: “Conviértete y cree en el evangelio”. La llamada a la conversión, que aparece en el evangelio de este domingo, es muy clara.

“Conversión al futuro”

Conversión al futuro es el título de un buen libro. Es un título que llama la atención. Generalmente los cristianos cuando hablamos de conversión volvemos la mirada hacia atrás, como si hubiéramos perdido algo que queremos rescatar. No. Convertirse al futuro es mejorar, lograr algo que nos espera más adelante. Alguien y algo nos espera más adelante en el camino. Y nos invita a caminar para juntos. Tenemos muchas posibilidades en todos los aspectos de la vida, pero las tenemos dormidas u olvidadas. Despertarlas es convertirse a mejorar la vida.

Tentados por el “enemigo”

El cristiano es un ser tentado. La tentación es una invitación al mal, que nos viene de dentro, de nuestra condición pecadora, o de fuera: de tantas realidades personales y circunstanciales (lo que nos entra por lo sentidos). En sí, la tentación no es ni mala ni buena. Si fuera mala, no la habría vivido Jesús. Y sin embargo, Jesús la vivió, porque Jesús fue tentado. El evangelio de este domingo es conocido como el  evangelio de las tres tentaciones de Jesús. Nada menos que tres tentaciones. Aunque puede decirse que es conveniente ser tentados de vez en cuando, para que nos conozcamos. El que no es tentado, ¿qué sabe de sí mismo?

“Entre animales y ángeles”

La tentación se juega entre dos bandos: “animales” y “ángeles”. Como en un juego, se lucha entre dos bandos, de los que uno ganará y otro perderá. Uno va a ganar y otro a perder. También en el “juego” de la vida real se dan estos bandos. El evangelio los llama “animales” y “ángeles”. En el campo de la vida real ambos contendientes luchan por ganar. Esto hace de la tentación un verdadero “espectáculo” humano, no libre de tensiones  y de expectativas.

El triunfo

La tensión durante un partido (de lo que sea) tiene vivos a los contendientes. Sólo ganará uno; el otro terminará derrotado. Le pasó a Jesús y les pasará a todos los cristianos. La lucha la tienen garantizada; pero no la victoria. En Jesús fue clara la victoria: supo confundir a su enemigo, que huyó desmoralizado. Si Jesús venció las tentaciones (tentaciones bien buscadas por el enemigo), el cristiano también puede vencer, aunque no será fácil y con frecuencia dejaremos pelos en la lucha. El mismo Jesús dijo: “El que crea en mí, hará las cosas que yo he hecho, y aun mayores” (Juan, 14,12). Es un consuelo importante. ¿Y… por qué no habríamos de creerlo?

Para la semana: ¿Eres consciente de tus tentaciones? Cómo te comportas para salir victoriosa/o?