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                                                                                                                                                                                                                                                                                                           Isaías 35,4-7ª

Santiago 2, 1-5

Marcos 7, 31-37

 La liturgia de la palabra de este Domingo parecería muy adecuada para la situación mundial de la humanidad. Y también de la nuestra situación en particular. La ya larga pandemia y los últimos acontecimientos socio-político-religiosos del mundo dan que pensar.

Por otra parte, no podemos olvidar que nuestro tiempo no es el único en tener problemas graves. Sucesos tan graves o más llenan páginas de la historia real desde hace muchos siglos y distintas culturas. Los cristianos lo tenemos presente, lo sufrimos… Y no olvidamos que nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Y que comparte con nosotros nuestras dificultades y nos da una palabra de responsabilidad y de ánimo.

“Decid a los inquietos: sed fuertes, no temáis”

Son las primeras palabras de la primera lectura que proclamamos este Domingo. Son palabras del profeta Isaías, nada menos que del siglo VIII antes de Cristo. Ya entonces existían estos problemas nuestros, aunque con las particularidades de todo tipo.

En esos tiempos también la gente estaba “inquieta”, “intranquila”. Jauja no ha existido. Conviene echar siempre esta mirada atrás (lo mismo que se la echa adelante) para no creernos tan distintos de nuestros antepasados como a veces decimos.

 Sed fuertes, no temáis

 La inquietud no es la muerte. Todos nos inquietamos, nos turbamos, nos sobresaltamos, nos preocupamos y a veces nos angustiamos por algo. ¿Qué hacer frente a esta inquietud que salta en nuestra vida? La liturgia nos recuerda hoy dos actitudes salidas de la boca del profeta Isaías: “sed fuertes, no temáis”. Son dos palabras muy apropiadas, aunque no son fáciles de activar precisamente en estos tiempos de pandemia. Al cristiano se le pide que tenga en cuenta y sepa transmitir la responsabilidad de los hombres y la cercanía de un Dios que no abandona y que ha hecho maravillas en muchas circunstancias. Fueron testigos Jesús, María, José, los apóstoles… y las multitudes necesitadas, que con frecuencia “se maravillaba sobremanera” y decía: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Y de muchas más cosas.

 “¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite”.

Cruzarse de brazos ante las dificultades no es actitud correcta. “¡Aquí me las den todas!”, tampoco. “Yo no quiero saber nada”, menos todavía. Para el Cristiano, la mirada de Dios a los hombres es mirada sobre todo “milagrosa”, mirada de dolor y de esperanza. Dios no es ingenuo. “Dios es gratuito, aunque no superfluo”. Mira a la tierra, con todos sus avatares, y no escapa. Por mil puertas se acerca a los hombres con sus ofertas, ofertas eficaces para los necesitados, que somos todos. “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. “Sordos” y “mudos” andamos sueltos por el mundo. Y Dios buscándonos para sanarnos.

Para la semana: La “gente” pedía a Jesús que curase a los enfermos. Y Jesús los curaba. Pidamos también nosotros que Jesús cure las debilidades de nuestro tiempo