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1 de los Reyes 19, 9ª. 11-13ª | Carta a los Romanos 9, 1-5 | Evangelio de San Mateo 14, 22-33

 El pan y la oración

La vida pública de Jesús era muy cercana a la gente. Y la gente -¡no toda!- buscaba a Jesús y pasaba con él largos ratos. A pesar de que tenía muchos enemigos, sabía plantar cara si era necesaria a quienes lo merecían y sabía ser “distinto” con la gente, sobre todo con lo que podemos llamar “gentío”. Uno de los momentos de gentío es lo que conocemos como la multiplicación de los panes y los peces. Lo veíamos el pasado domingo.

Jesús no estuvo mucho tiempo con ellos. Sabía medir los tiempos. Aunque no sea de Jesús, le vendría muy bien el dicho que tantas veces decimos nosotros: “Cuando perdiz, perdiz; y cuando penitencia, penitencia”. “Inmediatamente obligó a los discípulos a pasar a la orilla donde no estaba el gentío”. En esta ocasión Jesús buscaba otra cosa.

“Jesús subió al monte a solas para orar”

 “Al atardecer estaba solo allí”. No invitó a sus discípulos para orar. Lo hacía a veces. Pero no insistía.

Estas cosas solo se le ocurrían a Jesús. ¡Con las ganas que tendría la gente de apretarle, de besarle, de piropearle cuando les hacía un milagro…! Pero Jesús, aunque cercano y hasta cariñoso, tenía que hacer también otras “cosas”. Una de ellas, orar. Y orar solo ¡Quién lo diría! Pues sí, era así.

Jesús no era huraño. No se escondía. Incluso daba la cara cuando le parecía oportuno. Pero no cabe duda de que tenía una alta tendencia a orar en soledad. ¡Tenía muchas cosas que hablar con “Su Padre”! Y no quería perderlas. No las dijo. No era pesado con sus discípulos. Aunque incluso les enseñó a orar: “Vosotros, cuando oréis decid…” y les enseñó el Padre nuestro, no sabemos si oraban mucho y bien.

 “Animo, que soy yo; no temáis”

 “Los discípulos se turbaron” cuando se vieron zarandeados por las olas. Los discípulos no habían aprendido mucho de Jesús. Ni siquiera los más cercanos. ¡Hasta uno de ellos le traicionó y vendió por treinta monedas! Pero tenían confianza cuando las cosas se torcían. Ellos que conocían el mar, sabían lo que pisaban. Y era normal que gritaran. Lo hacemos también nosotros en momentos duros.

 “¡Hombre de poca fe!”.

 Fue a Pedro a quien Jesús dedicó estas palabras después de echarle una mano redentora. ¡El simpático y atrevido Pedro! Tener a Jesús cerca, aunque nos parezca que lo tenemos lejos, es un alivio. Sobre todo, si tenemos fe, un poco de fe.

 Para la semana: Orar en comunidad devota o litúrgica es excelente. Orar a solas también lo es. Y si lo hacemos con fe, mucho mejor, sea en el monte, en la casa, en la calle…