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Al comienzo de la Cuaresma, Antonio Manuel, nuestro administrador diocesano, en una carta titulada “Anclados en (la) esperanza”, nos invita a embarcarnos en esta travesía con la confianza cierta de que Dios precede y acompaña al pueblo que valientemente surca los mares de este mundo, entusiasta en la fe, diligente en la caridad y perseverante en la esperanza. Un Año Santo y un tiempo de gracia donde permanecer “Anclados en la Esperanza” de que, por la Cruz, signo de vida abundante, seremos sanados y abrazados para que nada ni nadie nos pueda separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

En ocasiones tenemos la tentación de quedarnos anclados en el pasado, sobre todo cuando hemos tenido una experiencia negativa, por un pecado cometido, por la pérdida de un ser querido, quedándonos instalados en la pena. Quedarnos fijos en el pasado nos produce en el tiempo cierta desazón y desencanto. Necesitamos “volver a Jesús”, para hacer futuro, reconociendo y viviendo de lo bueno que nos rodea, familia, amigos… En este presente, es el mismo Jesús que sale a nuestro encuentro y nos libera de ese pasado que nos adormece. Igual que aquellos discípulos de Emaús que pasaron del desencanto a la alegría. Tenemos que “volver a Jesús”, el ancla segura de la esperanza

En el altar de la iglesia hemos colocado este signo de un ancla que se quiere sumergir en el mar, en la realidad de nuestras vidas, comunidades, Iglesia, sociedad… Un ancla con signos de desgaste, oxidada … Pero un ancla con forma de cruz. La Cuaresma es un tiempo de gracias para caer en la cuenta y despojarnos de todas las adherencias que no dejan vivir y testimoniar la esperanza que se fundamenta en Cristo muerto y resucitado. Ojalá que, al terminar la Cuaresma,  podamos relucir con el brillo de una esperanza renovada.

Ángel F. Mellado.