1 de mayo, la mañana comenzó despejada. Luego, se fue nublando con ese fresquito propio lagunero. Accedí a la catedral a las 10.45 h, poco después de recibir la acreditación. El templo ya estaba a rebosar, radiante, con las mejores galas, con una ceremonia brillante y una música exquisitamente seleccionada. Gente de todos los rincones insulares y en todos los rincones catedralicios. Junto a mí, una señora mayor venida de El Hierro. Tres sillas más allá, un feligrés de Los Realejos. Parecía que nos conocíamos de siempre porque los cristianos somos hermanos. Caras de alegría y júbilo. Mucha expectación y fe. Me sentí privilegiado en aquel entorno orante y enormemente agradecido: a D. Bernardo porque deja una diócesis muy organizada y viva. A D. Eloy, un nuevo regalo de Dios, que viene de una isla hermana y cercana. Más no se puede pedir. Aunque no suelo llorar, no pude contener algunas lágrimas de emoción. Algo interno e inesperado me hacía obrar así. Testifico que no fui el único.

Brillante mensaje catequético, didáctico y social de D. Eloy como despedida de la ceremonia. No se olvidó de nadie: de los pobres, los ancianos, los inmigrantes, los jóvenes, los enfermos, los que duermen en la calle, los que sufren abusos o buscan vivienda y trabajo, los bautizados y alejados… Conmovedor y con mucho gancho. Tiene fama de hombre trabajador, sencillo y metódico: ante este perfil, me quito el sombrero. Lo vi muy dinámico en sus movimientos y en sus palabras, de las que destaco como titular una expresión con sentido bíblico también social que repitió varias veces en sus invocaciones: “Un corazón sabio e inteligente”. Bajo su lema episcopal «ut ministraret» («para servir»), pidamos a Dios que así sea. Una gracia del Espíritu Santo con este nuevo obispo, sabio e inteligente. Bienvenido, D. Eloy.
José Fernando Rodríguez