Sabiduría 1,13-15; 2,23-24
Segunda Corintios 8, 7-9; 13-15
Marcos 5,21-43
Dos personas muy distintas: rico y pobre, hombre y mujer, sanos y enfermos… se acercan a Jesús. Antes que nosotros se acercaron otros. La ideología evangélica oscurece con frecuencia la presencia del Evangelio en personas de carne y hueso, como nosotros, con nuestras necesidades, a veces mortales, y con nuestra esperanza activa. Jesús no sólo hablaba. Jesús escuchaba y actuaba. Bastaba con “acercarse” a Él con la verdad en las manos, aunque no llevasen más que necesidades y muertes. Él las acogía y las hacía suyas. Las tres lecturas de este domingo son excelentes e invitan a no pasarlas por alto. Tenemos toda la semana para meditarlas, actuarlas y celebrarlas.
“Pedir con insistencia”
Con frecuencia se nos dice que somos pedigüeños, que no sabemos más que pedir. Y que lo hacemos tanto con Dios como con los hombres. Y que solo nos acordamos de santa Bárbara cuando truena. Y en parte tienen razón. Y todos debemos examinarnos para ver si efectivamente somos así. Y en caso de que sea verdad, cambiar nuestra conducta.
Pero casi en todas las cosas somos exagerados. También en lo que acabamos de decir y que efectivamente constatamos con frecuencia. El cristiano no puede olvidar que la mejor oración cristiana, la que Jesús mismo nos enseñó, que es el Padre nuestro, son siete peticiones. Pedir cuando estamos necesitados no es de personas egoístas, sino de personas humildes que tienen esperanza y certeza.
En las primeras palabras que nos recuerda la primera lectura, nada menos que un “Jefe de la sinagoga” (el templo de los judíos) busca a Jesús, se arrodilla ante Él y “le suplica con insistencia diciendo: Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva”. Y Jesús, ni corto ni perezoso, “se fue con él”. Y se hizo el milagro.
“Hija, tu fe te ha salvado”
Ahora es una mujer enferma, que ha visitada a muchos médicos y gastado “todos sus bienes sin provecho alguno”. No es una mujer que se ha dejado ir, despreocupada. Todo lo contrario. Ha puesto de su parte lo que podía poner, que no era poco. Oye hablar de Jesús, de su cercanía a los necesitados. Y casi a escondidas entre la gente, sin gritar, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.”
“¿Por qué alborotáis y lloráis?”
La fe en Jesús trae consigo cercanía, confianza no exentas de inquietud, pero cargadas de esperanza. Incluso en las realidades materiales. A Jesús hay que contarle la verdad; por dolorosa y desagradable que sea a veces. Él es la verdad. No le gustan los “alborotos” ni las “burlas”. Es más, los condena.
Para la semana: Aprenderé algo de las personas que se acercaban a Jesús con sinceridad