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Una forma de honrar a María cada momento de nuestra vida es llevando sobre los hombros el Santo Escapulario de la Virgen del Carmen.

La advocación mariana surge en el Monte Carmelo. Allí, en uno de sus valles, junto a la Fuente del Profeta Elías, unos ermitaños levantaron una pequeña iglesia dedicada a Nuestra Señora.

A causa de la presión de los sarracenos, los eremitas comenzaron a emigrar a Europa, a partir de 1238, y fueron difundiendo la devoción a la Virgen María, Reina y Hermosura del Monte Carmelo. Prendió en España este amor y aquí la llamamos, con sencillez, Virgen del Carmen.

El escapulario es en origen una prenda del hábito de frailes y monjas, que se extendió, en forma apropiada a los seglares. El escapulario de la Virgen del Carmen, dos piezas de tela que cuelgan sobre el pecho y la espalda, unidas por cintas o hilos, hace que sean visibles los brazos de la Santísima Virgen María que maternalmente rodea y defiende a cada uno de sus hijos amados. Es un regalo de la Virgen María a la Orden carmelitana, como expresa la tradición de que San Simón Stock, carmelita inglés, lo recibió de Nuestra Señora en 1251. El amparo que ofrece la Virgen a los que se acogen a ella es maternal, y como hacen siempre las madres, abarca todo tiempo: en la vida, en el momento de la muerte, en el Purgatorio. La orden carmelitana, las cofradías del Carmen y todos los devotos consagran cada año el 16 de julio a agradecer los beneficios recibidos de tan tierna madre, dedicándole también cada sábado, día mariano de toda la Iglesia, en que la tradición nos dice que la Virgen del Carmen ejerce especialmente su patrocinio sobre las ánimas del Purgatorio.

Ángel F. Mellado