La fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo es una de las celebraciones marianas más populares y más queridas en el pueblo de Dios. Casi espontáneamente nos traslada a la tierra de la Biblia, donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Virgen en las laderas de la cordillera del Carmelo. De este pequeño grupo de hermanos, reunidos junto a la fuente de Elías, nacerá lo que hoy es la Orden de los Carmelitas, consagrada a la Virgen del Monte Carmelo, Madre del Señor.
En la Escritura se hace referencia muchas veces a la vegetación exuberante del sagrado monte del Carmelo (cf. Is 35,2; Cant 7,6; Am1,2), ligado desde antiguo a la experiencia de Dios a través de la vida y el ministerio del profeta Elías (1Re 18,19-46). La frondosidad y la belleza del Carmelo evocaban aquella otra belleza que adornó siempre a María: su docilidad a la palabra de Dios, su oración callada y su fe inquebrantable. A ella se le pueden aplicar con razón las palabras del profeta Isaías: «Le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón» (Is 35,2).
Aquella pequeña nube, contemplada por Elías como presagio de la bendición de la lluvia, ha sido vista como un signo de María. Ella, la pequeña «sierva del Señor» (Lc 1,38), pequeña y fecunda como la nubecilla del Carmelo, con su fe y su disponibilidad al proyecto salvador de Dios ha representado para la humanidad un nuevo inicio en la historia de la salvación. En ella, «pequeña nube» elegida desde siempre por Dios, se ha escondido el Verbo eterno para dar la vida al mundo. En la tierra de la Biblia, además, la lluvia era una expresión privilegiada de la bendición divina y aparecía íntimamente ligada al don de la tierra. Por eso la lluvia del Carmelo también evoca la figura de María: ella es, en efecto, la «llena de gracia» (kejaritoméne) (Lc 1,28), la «bendita entre las mujeres» (Lc 1,42).
Virgen del Carmen
Virgen del Carmen, faro del Carmelo,
vela y timón de mi barquilla a vela,
estrella y norte que guía mi estela
y marca el derrotero rumbo al cielo.
Sobre el mar proceloso y su señuelo
tu mirada materna centinela,
tu manto es mi bandera y mi tutela,
tu escapulario, logotipo de tu vuelo.
Faro, guía y timón de mi barquilla,
Virgen del Carmen, timonel experto,
que conoces mi mar, milla tras milla
y me haces navegar, seguro, cierto,
para alcanzar, sin miedo, la otra orilla.
¿Quién como tú para guiarme a puerto?
Poema de José Luis Martínez SM