Daniel 7, 13-14
Apocalipsis 1, 5-8
Juan 18, 33b-37
El cristiano no debería asustarse cuando oye decir que Jesús, el Jesús en el que él ha puesto toda su confianza, es rey. Los evangelistas miden sus palabras y las palabras de Jesús parecen claras. Y Jesús dice: “yo soy rey”.
Jesús confiesa su reinado nada menos que ante Poncio Pilato. Jesús no se escondió al responder a Pilato. Si Pilato lo entendió mal, eso sería cuestión del mismo Pilato. “¿Luego tú eres rey?”, le dijo Pilato a Jesús, quizá con cierta guasa. Jesús, ni se despeinó, y respondió: “Sí, tú lo dices, yo soy rey”.
Una acusación
Los evangelistas dan a entender que la gente, sobre todo la judía, le había acusado ante las autoridades romanas por este discurso. Le habían ido a Pilato con el “cuento”, ciertamente grave para el representante de Roma.
Jesús se descarga de la acusación: si yo fuera rey, como usted lo entiende, yo tendría mi ejército para que me defendiera. “Pero mi reino no es de aquí, no es de este tipo”, puede usted estar tranquilo. Pilato, no obstante, continuaba en su perplejidad.
Una afirmación arriesgada
No era fácil atreverse a decir que era rey. Era para tenerle por loco, ya que realmente Jesús no era un revolucionario político. Pero a que le tuvieran por loco, ya estaba acostumbrado Jesús. Ahora bien: hay que leer con cuidado el texto evangélico. Jesús no dice que sea el rey de los judíos; ni de los israelitas. Es, sencillamente, rey.
Los israelitas estaban acostumbrados a dar el nombre de rey a personajes de su pueblo: David, Salomón…
No obstante, hay que reconocer que en nuestra cultura el rey y el reinado pueden ser ocultados, y negados, por nuestra sociedad aquí o allá. Nuestro tiempo se guía por otras categorías.
El desconcierto
Pilato sigue estando desconcertado. No era el peor de quienes habían entrado en esta refriega. Quería informarse, pero no entendía el lenguaje de Jesús. Quizá no era para menos. Como seguramente lo estamos nosotros. No es ésta la página más sencilla del Evangelio. Pero tampoco es un enigma. Pilato sigue desconcertado. Jesús quiere explicarle lo que él (Pilato) no entiende. Y se lo explica:
“Mi reino no es de este mundo”
Oírle a Jesús decir: “Mi reino no es de este mundo”, cuando los reyes que él conocía, y que conocía la gente, no podían comprender a un rey que no fuese “de este mundo”. Era como estar en las nubes, fuera de la realidad. Imposible.
Pilato no le entiende. Pero saca para sí la conclusión de que no es un tipo políticamente peligroso, no le quitará el sueño. De hecho, se lo quitó a su mujer.
El reino de Jesús, en el que Jesús es rey.
La liturgia de hoy, en el prefacio (la oración que precede al Santo), viene en nuestra ayuda, aunque… no del todo.
Lee así el Sacerdote en este domingo último de la celebración de la eucaristía: en el final de los tiempos, Jesús “entregará a Tu majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. ¡Casi nada!: verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor, paz. ¡Casi otro decálogo! Esto sí que no lo había pensado Pilato, ni los judíos, ni los israelitas. Quizá tampoco los que le seguían de cerca. Quizá tampoco nosotros.
Para la semana: Repetiré varias veces: verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor, paz