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2 Macabeos 7, 1-2.9-14 | 2 Tesalonicenses 2,16-3.5 | Lucas 20, 27-38

La vida después de la muerte ha sido siempre un misterio para la humanidad. Pueblos antiguos llevaban comida a los muertos, convencidos de que ellos tenían sus tiempos para comer. Las pirámides de Egipto son un monumento a esta creencia. Y así creyeron otros muchos pueblos.
También ha habido pueblos (y sobre todo grupos concretos dentro de un pueblo) que no creyeron en la resurrección. Y se mofaban de quienes creían. Les parecía ridículo y pura fantasía.
En la actualidad también hay muchos que se mofan de la resurrección. Como hay también muchos –seguramente que es la mayoría- que sí creen en la resurrección, aunque no sepan cómo explicar la situación de los resucitados.

Todo esto merece la pena tenerlo en cuenta: para comprender a quienes no creen y para no avergonzarse de creer en la resurrección ante enemigos, amigos, familiares, etc. Ni los incrédulos ni los creyentes son gente “rara” por no creer o por creer. Para los creyentes sí es importante (más aún central y primordial) saber que Jesús ha resucitado primicia de los muertos.

Entre incrédulos y creyentes
La primera lectura refleja la convivencia entre incrédulos y creyentes en un ambiente helenizado, que contrastaba con la Ley judía. Esta, después de no pocos siglos en los que la resurrección no era afirmada, estaban firmes en la fe en la resurrección siendo para ellos fortaleza en la propia fe y esperanzados en el futuro de una vida nueva. Asentados en esta fe se enfrentaban a quienes se la castigaban con la muerte: “Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna”.

Los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección”
El evangelio de hoy es Jesús quien afronta a esos saduceos, una facción de los judíos. Los saduceos creen poder ridiculizar a los judíos que sí creen en la resurrección. Y el primero a quien creen poder ridiculizar es a Jesús. Le llaman “maestro”, para más hinri. Y Jesús les deja hablar. Y, como maestro, les da una buena lección.

La voz de san Pablo
El apóstol Pablo afrontó la resurrección en dos momentos importantes: una en el Areópago de Atenas, ante los grandes filósofos paganos. Allí habló de Jesús. Y no podía no hablar de Jesús resucitado. Y en cuanto mencionó la resurrección, aquellos filósofos, atentos hasta entonces a lo que decía aquel “charlatán”, irónicamente, “al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: Sobre esto ya te oiremos otra vez. (Hch 17,32)”
Y el segundo momento en que Pablo afronta la verdad de la resurrección tuvo lugar en la misma comunidad cristiana de Corinto. Tampoco ahí todos creían en la resurrección. Eso era grave. San Pablo escribirá: “¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe” (1 Cor 15, 12-14).

Para la semana: la resurrección es verdad consoladora.