Deuteronomio: 4.1-2.6-8 | Santiago: 1, 16b-18. 21b-22. 27 | Marcos: 7,1-8. 14-15. 21-23
Jesús tuvo una vida pública bastante agitada. Basta seguir los evangelios para darse una idea de ello. Durante esa vida pública Jesús habló, oró, curó, caminó, discutió… y un largo etc. Una de estas actividades de Jesús fueron las discusiones que mantuvo con los escribas y fariseos. Unas veces él mismo provocaba la discusión y otras afrontaba las provocaciones de dos categorías de personas: los escribas y los fariseos. Jesús no perdía el tiempo en estas discusiones tontas, pero las aprovechó para enseñar y para desenmascarar a quienes le provocaban. La liturgia de hoy nos lo presenta en uno de esos momentos.
Escribas y fariseos
Los escribas eran los conocedores de la Ley. Esto les daba autoridad en el pueblo. A los fariseos los retrata Jesús mismo en el Evangelio: “coláis el mosquito y os tragáis el camello!…” (Mt 23,23), que es tanto como decir: “pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber hecho. Sin descuidar aquéllas”. A ambas categorías Jesús no duda de llamarlos “hipócritas”.
El evangelio de este domingo nos presenta una de esas circunstancias. Un grupo de fariseos y algunos de los escribas (con frecuencia aparecen juntos, aunque sean distintos) se acercan a Jesús. Parece que sobresalen los fariseos, a quienes se juntan algunos escribas. Juntos se acercan a Jesús para entablar con él una de tantas discusiones, esta vez casera, de higiene y urbanidad.
Tradiciones y costumbres
Todos los pueblos tienen sus costumbres, sus tradiciones. Nacieron de momentos o situaciones particulares, y con ellos sigue caminando en el pueblo. Jesús no solo no las condena, sino que las vive. Concretamente las costumbres religiosas. Precisamente al comenzar su vida pública viene retratado así: “Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras” (Lc 4, 16). Y como esta “costumbre” había otras. Era el momento que aprovechan los fariseos y los escribas para reprocharle a Jesús unas costumbres: “¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados?”,
“Los labios y el corazón”
Los escribas y fariseos le tienen preparado una pregunta; más bien un reproche. “¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados?”. Jesús entró al trapo: “Él les dijo: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres”. Seguro que comprendieron estas palabras de Jesús.
Jesús contrapone los labios al corazón. El corazón tiene una larga compañía: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.” Nunca aparece en el Evangelio una retahíla tan larga en los labios de Jesús. Supera incluso a los diez mandamientos. Jesús se despachó a gusto ante los escribas y fariseos.
Para la semana: ¿A qué damos más importancia en nuestra vida: a los labios o al corazón?