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Is 43, 16-21

Flp 3, 8-14

Jn 8, 1-11

Una vez más los escribas (maestros conocedores de las leyes) y los fariseos  (“¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!”, Mt 23,24) se hacen encontradizos con Jesús. Más aún, le van a buscar frotándose las manos: “¡¡esta vez lo cazamos!! ¡¡No tiene escapatoria!!”. Pero con Jesús no les valía. Era mucho más listo y sagaz que ellos. Y, sobre todo, era mejor que todos ellos. Y el bien, termina triunfando. La escena que recuerda hoy el evangelio, el caso de una mujer adúltera, es de los más conocidos. Y muy a tono con una cuaresma y que acentúa la compasión, la misericordia y el perdón.

Jesús trata con los pecadores

En la vida de Jesús los pecadores tienen un lugar importante. Son sus comensales públicos, él mismo se autoinvita (Zaqueo), escucha y favorece a “extranjeros”, no se esconde de ellos… Esto le expone a la “condena” de buena parte de Israel. Jesús no se arrepiente de esta su conducta. Es más, afirma abiertamente, y ante los mismos judíos que le acusan: “no he venido a llamar a conversión a los justos, sino a los pecadores” (Lc 5,32). Y fiel a esta su vocación, la vive pública y abiertamente.

Una pecadora especial

El evangelio de hoy habla de un caso particular de pecador: una adúltera (Jn 8,1-11). Escribas y fariseos la han “pillado” in fraganti. Y van ufanos con su pieza.  Enfrentan a Jesús con la ley de Moisés, el padre del pueblo. Esa ley tiene legislado que pecadoras semejantes tienen que ser apedreadas. No van buscando qué piensa Jesús (les trae sin cuidado), ni les interesa en realidad la adúltera y su condena (de hecho, ellos no proclaman la condena). Quieren poner a Jesús ante un dilema: o Jesús, como buen israelita, aprueba que apedreen a la adúltera (como manda la ley), o se salta la ley callándose.

Suspense

Jesús se agacha y escribe sobre la tierra. Los escribas y fariseos –y el pueblo- están en suspense, esperando la respuesta. ¿Qué dirá Jesús? Hay muchas formas de hablar. Y no es siempre la más oportuna la que parece más sincera. Y Jesús habló: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. ¡Santo remedio! Se acabó el espectáculo. El corro de curiosos y principales del pueblo se disolvió. Los “valientes” y “custodios de la ley” huyeron.

Los que no huyeron

Y empezaron a retirarse uno tras otro. Se quedaron solos Jesús y la adúltera. Seguramente la mujer estaba tensa, sin saber por dónde iba a salir Jesús. Jesús no prolongó su tensión. “Tampoco yo te condeno”, le dijo Jesús. Y la mujer respiró. No la echó en cara su pecado, su desobediencia a la ley. Sólo le dijo: “Vete, y en adelante no peques más”.

Para la semana: En la plaza del mundo no estamos para tirar piedras mortales. Estamos para ser perdonados, perdonar y llevar una vida nueva. Y para no olvidar que la misericordia prevalece sobre la debilidad, en Dios y en los hombres.

Augusto Guerra Sancho  OCD