Jeremías 31, 7-9
Hebreos 5, 1-6
Marcos 10, 46-52
Las palabras evangélicas de este domingo son un ejemplo de ello. El centro de la lectura evangélica de este domingo está en la compasión de Jesús concretamente hacia un ciego, que tiene conciencia de serlo y quiere superar esa situación acudiendo a Jesús. Jesús le cura.
Todo sucedió yendo de camino.
Y yendo con sus discípulos a quienes se unió en seguida “una gran muchedumbre” o multitud. No siempre era así. También a Jesús le dejaron con frecuencia en soledad, cosa que agradaba a Jesús. La soledad era su tendencia más querida. Con frecuencia se pasaba la noche solo o se levantaba de madrugada. Este domingo, se nos presenta a Jesús caminando y se topó con un ciego.
“Ten compasión de mí”
Lo dijo un ciego. Lo pueden decir “los” ciegos. Y todos estamos ciegos. Es una limitación, una debilidad. ¿Y quién no la tiene? Sólo la niegan los orgullosos, que no aceptan que se les encuentren defectos, debilidades, ambiciones…
El ciego reconoce su minusvalía. Y quiere salir de esa postración, de esa limitación… Ha oído hablar de Jesús y a Él, no a la multitud, le grita: “Ten compasión de mí”. Lo hace varias veces gritando “mucho más”. La perseverancia es buena actitud
Una multitud dividida.
Las multitudes no suelen ser homogéneas. En ellas hay de todo: hay quienes increpan y hay quienes alientan, como hay quienes aplauden y hay quienes silban. Incluso estando en una misma situación política, económica, social, religiosa. Y siempre serán muchos, de una parte y de otra. Jesús no discute en esta ocasión. Está ante algo concreto más necesario e importante: la vista de un ciego. Jesús se limita a decir: “Llamadle”.
Siempre hay gente buena
No pocas veces leemos en el Evangelio que hay quienes quieren “proteger” a Jesús, que no le “molesten”. De distintas maneras, pero le quieren tener en un fanal. No son muchas, afortunadamente, pero las hay. Se equivocan. Hoy, entre la multitud hay quienes se acercan al ciego y le dicen; “¡Ánimo, levántate!”. Te llama. Hermoso apostolado.
Un diálogo breve
“Mis palabras son espíritu y vida”. Jesús lo dice con naturalidad y contundencia. Y las aplica cuando encuentra receptividad. El diálogo de Jesús con el ciego fue breve y fructífero: “Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: “¿Qué quieres que te haga?” El ciego le dijo: “Rabbuní, ¡que vea!” 52 Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado.” Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino”.
Para la semana: ¿Cuáles son mis cegueras, mis debilidades? Pide, grita, tira el “manto” y se te dará.