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Deuteronomio 8, 2-3.14b-16ª | 1a Corintios, 10, 16-17 | Juan 6, 51-58

Corpus. Así, en seco: Corpus. Todo cristiano conoce esa palabra, aunque no le sea del todo conocida, Quizá menos que antes. ¡Cosas del tiempo! No hay que preocuparse mucho de que hablemos así. Si nos entendemos, vale.

Una vez una noche.

 Todo viene de una noche, noche especial, noche de despedida en que Jesús, en torno a la mesa con sus discípulos estaban cenando, la última cena. Los discípulos habían estado un día pescando. Estaban contentos. La cosa había ido bien. Jesús había estado “generoso”. Y no querían que se les escapase. Y Jesús se atrevió a decirles: “me buscáis porque habéis comido de los panes y os habéis hartado”. Y no se escapó.  Se sentó con ellos en la misma mesa, cosa normal. Y se pusieron a cenar.

La comprensible “murmuración”.

 Era un buen momento para hablar a sus discípulos. Y Jesús no lo desperdició. Se sentaron a la mesa y Jesús comenzó su perorata: “Yo soy el pan de la vida. El que a mí viene jamás tendrá hambre, y el que en mí cree jamás tendrá sed”. Más que alegría surgió murmuración, como “buenos” judíos. Y se decían entre ellos: “Este Jesús… ¿no es el hijo de José, cuyo padre y cuya madre nosotros conocemos? ¿Cómo asegura ahora que ha bajado del cielo?”. Pero no se atrevieron a llamarle mentiroso. A pesar de todo, Jesús no era cualquier cosa entre los suyos.

“No murmuréis entre vosotros”

Hay que pensar que los judíos -entre ellos los discípulos de Jesús- se veían en un lio y discutían. Jesús no tenía ganas de discutir. Quería hablar y afirmar. Por eso siguió: “Todo el que oye el mensaje del Padre y lo acepta, viene a mí… Yo soy el pan de la vida”. No de cualquier pan. “Vuestros padres en el desierto comieron el maná y murieron. Este es el pan bajado del cielo, quien come de él no morirá. Yo soy el pan de vida bajado del cielo. Quien de él come no morirá”. Jesús no se cansó de repetir que Él había bajado del cielo y que les ofrece la vida y una vida inmortal. Pan y vida iban juntos y repetidores.

El recuerdo permanente

 Las palabras y hechos de Jesús siguen siendo palabras y hechos permanentes. No se han apagado las persecuciones, ciertamente. Pero es más la presencia que la ausencia. A su modo, comprensiblemente, la historia sigue oyendo las palabras de aquel hombre. Pueden no ser perfectamente comprensible. Pero algo se mueve en el interior de las mismas y siguen siendo atrevidas. Unos seguidores tan débiles como los de cualquier tiempo, siguen manifestando su fe en aquel Hombre que entregó su vida para la vida de los creyentes.

Las celebraciones personales, locales, universales, en las casas, en las calles, en las plazas, con silencio y con cantos, con adornos…, etc. se siguen escuchando las palabras del aquel Hombre. Unas palabras que no acaba de entender, pero en las que “cree”. El “Cristo” permanente se sienta nuevamente en la mesa para cenar y escuchar unas palabras que no se agotan. La última cena de Jesús no se ha terminado, sigue aquel hermoso gesto de Jesús con los suyos.