Isaías 25, 6-10ª | Filipenses 4, 12-14.19-20 | Mateo 22, 1-14
Jesús utilizaba con frecuencia el banquete para hablar a la gente. El banquete, en distintas modalidades, era una realidad que todos entendían. El mismo Jesús había sido invitado a banquetes ((las bodas de Caná, por ejemplo). Y allí los contertulios proponían, discutían o celebraban la vida en sus expresiones más cercanas. Hoy Jesús, siguiendo la estela del profeta Isaías, como el domingo pasado, delante de las autoridades religiosas acapara su atención. Aquellos tiempos no eran los nuestros. Pero todos se parecen un poco. De nuevo, como otras veces, Jesús habla del Reino de Dios, es decir, de Dios, un Dios “semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” y nos invita a un banquete, el banquete de la eucaristía (de la Misa). El Rey es Dios y el Hijo es Jesús.
Invitados o convidados al banquete del Señor.
Un canto litúrgico comienza con estas palabras. Se canta de entrada cuando acudimos a la celebración de la eucaristía, de la Misa. Somos invitados o convidados. Merece la pena recordarlo de vez en cuando, porque nos da la oportunidad de valorar esa invitación. No es una invitación cualquiera. El cristiano que pierde la relación gustosa del banquete de la eucaristía carece del momento central de su vida cristiana.
Se invita a todos
En la sociedad se preparan muy bien las invitaciones. A veces son verdaderas obras de arte. Sucede, sin embargo, que las invitaciones humanas suelen ser selectivas; con frecuencia demasiado selectivas. Son para unos pocos, los más íntimos. A la Misa se invita a todos. Pocas veces se verá un público tan heterogéneo como en la celebración de la eucaristía. Quizá los mayores recordarán todavía cómo en otros tiempos había lugares y asientos reservados para personas o familias particulares. Esos “privilegios” han desaparecido, porque ante Dios todos somos iguales. Se invita a todos, sin distinción y en la Misa podemos estar codo con codo con cualquiera.
“No hicieron caso”
“Déjame en paz”, oímos decir con frecuencia ante una invitación a la Misa. Los porcentajes de quienes acogen la invitación bajan progresivamente. No es novedad; el evangelio de hoy nos recuerda que no todos acudieron a la invitación del banquete del Rey con motivo de la boda de Hijo. Pero es grave. Como lo fue entonces. La vida en sus diversas manifestaciones necesita un centro de atracción. Puede ser que la frecuencia genere rutina. Pero incluso en estos casos, la rutina mantiene viva la realidad.
Las escusas humanas
¿Por qué los invitados no aceptan la invitación? El evangelio indica algunas de las escusas. Son escusas propias de un tiempo distinto al nuestro, pero no tan distintas que no nos encontremos en ellas, aunque encarnadas en situaciones en modalidades diversas: el campo, los negocios… Se pueden añadir otras escusas que cada uno/a encuentra en su vida y en la de sus familiares, vecinos, amigos…
Para la semana: Dios me invita al banquete de la boda de su Hijo, que es la Misa. Haré algo para que esta invitación, que se hace a todos, no sea despreciada.