El verano es una oportunidad que se nos presenta para frenar el ritmo diario de trabajo que no nos impide disfrutar de la familia y poder cultivar el diálogo y la cercanía con otros. Es un tiempo para el descanso, pero no para aparcar a Dios, dejarle reposar para otra ocasión. Necesitamos siempre a Dios como el oxígeno para respirar. Descubrir a Dios allí donde nos encontremos, en el monte, en el mar, en la playa, con los amigos. Participando en la eucaristía dominical, a veces buscamos excusas diciendo que no hay una iglesia cerca, tampoco los bares o los cines nos quedan al lado y los buscamos. Quien busca encuentra y, quien busca y celebra al Señor, su verano es humano y divino. Es una oportunidad también para aprender que los problemas no terminen dominándonos, el verano es dejar a un lado las dificultades temporalmente para que volvamos a ellas con más vigor. En verano se retoma la familia, reservando unos días de calidad para ella, compartiendo la alegría y sacando lo mejor que hay de nosotros. El verano, con un mensaje, un gesto, una palabra o una disculpa hace que todo vuelva a ser como antes. El verano es tiempo de curar heridas. Llévate a Dios de vacaciones haciendo oración, lectura espiritual, la visita al Santísimo, una obra de caridad en medio del sol, la playa, el monte siempre con nuestro buen Dios a todas partes.
Ángel F. Mellado