Hechos 2, 1-11
1 Corintios 12, 3b-7. 12-13
Juan 15, 26-27. 16, 12-15
En la liturgia del domingo pasado, día de la Ascensión (de la partida, de la despedida) de Jesús, ante el miedo y desconsuelo de los apóstoles, el mismo Jesús les dijo: “No os dejaré huérfanos”, “Os conviene que yo me vaya”. Seguramente los apóstoles no recibieron bien esas palabras, ni las comprendieron. Estaban sorprendidos y desconcertados ¿Qué iban a hacer ahora ellos sin Jesús? Se habían encariñado ya con él, y sin él ya no sabían hacer nada. Él le solucionaba todas las papeletas. Pero Jesús no pensaba lo mismo. Él sabía lo que decía.
“Si me voy, os enviaré el Consolador” (Jn 16,7)
La orfandad no iba con los apóstoles. De sobra lo sabía Jesús. Por eso, inmediatamente añadió: “si me voy, os enviaré el Consolador”. En lugar de Espíritu, muchos escriben “Paráclito”: “Os enviaré el Paráclito”. Paráclito es una palabra técnica. Puede resultar más difícil de entender. Pero también más rica. Paráclito puede significar: consolador, defensor, abogado, intercesor, asistente, valedor… Es más cercano, aunque más escondido. Pero la persona humana no es sólo ni principalmente exterioridad; es también y más válidamente interioridad. Y en la interioridad actúa el Paráclito, el consolador.
A los cincuenta días
Jesús no mentía, aunque dejaba pasmada a la gente con las cosas que decía, hacía y prometía. La Iglesia acoge las palabras de Jesús con fe. Y a los cincuenta días, eso significa Pentecostés, celebra la venida-presencia del Paráclito en la historia humana para seguir las huellas de Jesús en la humanidad. Lo hace con un modo de presencia distinto al de Jesús. Es más interior, menos visible (o invisible), pero presente. La humanidad no es ni solo ni principalmente exterioridad; es también, y sobre todo interioridad, una interioridad que actúa, se refleja y encarna en la exterioridad.
El tiempo de la Iglesia
El Paráclito (digamos si queremos el Espíritu, porque estamos más acostumbrados) es tan obediente al Hijo como el Hijo lo fue al Padre. El Paráclito-Espíritu conoce su trabajo, se esconde no en una cueva, o, si queremos, en la cueva de la interioridad. Y ahí habla y desconcierta como había hecho el Hijo en la exterioridad, pero también con la misma cercanía, escucha y trabajo. Y ya sin limitación de tiempo: “Estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
“El mejor consolador”
Y sobre todo en tiempos y situaciones difíciles, personales y comunitarias, digamos, si queremos, en tiempos de pandemia estará con nosotros como “el mejor consolador” en este valle de lágrimas. Así lo canta un himno de la liturgia precisamente en la celebración de Pentecostés. El Paráclito nos viene como anillo al dedo.
Para la semana: Rezaré: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.