Amós 6, 1ª. 4-7 | 1 Timoteo 6, 11-16 | Lucas 16, 19-31
La liturgia de la palabra de este domingo es un poco especial. Basten tres titulares -entre otros varios- de otros tantos autores bíblicos y pastorales: “El rico y el pobre”; “El rico y el mendigo”; “El rico glotón y Lázaro el mendigo”. Sería fácil aumentar los titulares, que siempre dicen algo. Cualquiera de nosotros, que haya leído o escuchado la palabra evangélica de este domingo, podría añadir otra expresión, sencilla y asequible, a la mayor parte de nuestros cristianos. Sería un buen ejercicio. Aunque también nosotros podríamos engañarnos (seguramente nos engañaríamos no pocas veces) al dar con nuestro titular.
Un buen conocedor de la biblia comenzaba así esta página del evangelio: “El tema de la parábola es muy simple”. No todos dirían lo mismo (incluso hay quienes nieguen que se trate aquí de una parábola). No obstante, esos titulares tienen fundamento, son aceptables y significativos.
Un contraste vital
El contraste de ricos y pobres lo entiende todo el mundo. Quizá bastante mejor en nuestro tiempo que en otros. La economía la tenemos todos los días en las manos y ante los ojos. Podemos apuntar con el dedo quién es rico y quién es pobre entre nosotros: en nuestro alrededor, en las naciones, en los mundos. Los medios de comunicación nos lo acercan todos los días (sesgados, no obstante, con frecuencia).
La palabra de Dios
Ya en el libro de Deuteronomio (15,11) leemos:
“nunca faltarán pobres en tu tierra; por eso te ordeno, diciendo: con liberalidad abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre en tu tierra”. No menos fuerte habló el profeta Amós (s. 8 ac) en una retahíla de ayes (en nuestra primera lectura de este domingo) hablando de la conducta disoluta e insolente de los ricos.
¿Y Jesús, de qué habla?
En el evangelio de san Marcos (14, 7) leemos: “pobres tendréis siempre con vosotros, y podréis hacerles bien cuando queráis”.
Habla de un rico que se goza en su fortuna mientras que no le importa que a su lado muera un pobre hambriento, enfermo y abandonado. Más aún, se da media vuelta para ni siquiera acercarse a hablarle y echarle una mano.
“Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres. Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre”.
Para la semana: Acércate a los pobres, que todavía hay muchos y también ellos son hijos de Dios. Más aún, son sus predilectos.