En este momento estás viendo “EN EL NOMBRE DEL PADRE,  Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO”

 

Deuteronomio 4, 32-34. 36-40

Romanos 8, 14-17

Mateo 28, 16-20

 

¿Desde los garabatos con que comenzamos de niñas/os para dirigirnos a Dios, ¿cuántas veces hemos hecho (y seguimos haciendo) “la señal de la cruz”, acompañada con estas hermosas palabras: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”?. Muchas, sin duda. Hay un adagio que dice: “las cosas a las que uno se acostumbra, se envilecen”. Puede sucedernos esto con las palabras que acabamos de recordar. Sea este día para darnos un toquecito y pronunciarlas con atención.

De principio a fin

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo nos recibió la Iglesia en el bautismo y en el mismo nombre nos despide abriendo la puerta del encuentro definitivo con la Trinidad. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo comenzamos la celebración y con las mismas volvemos a la vida diaria al terminar la Eucaristía. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo nos santiguamos y las mismas palabras alabamos a Dios. Pocas referencias tan frecuentes a un misterio cristiano como las que hacemos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

El valor de una anécdota

Cuentan que un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, alza la vista y ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo.

Así el niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca al niño y le pregunta: “Oye, niño, ¿qué haces?” Y el niño le responde: “Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo”. Y San Agustín dice: “Pero, eso es imposible”.

Y el niño responde: “Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas haciendo: tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios”

Otra anécdota

Esta, publicada hace unos treinta años.

“Dos laicos de una comunidad religiosa salen de la celebración de la fiesta de la Santísima Trinidad y uno de ellos comenta que no ha entendido bien al sacerdote: no sabe si ha dicho que hay un Dios o tres o si hay uno que a la vez es tres. La respuesta del otro fue de antología: ¿A ti qué más te da? ¿Te van a dar de comer?¡Que sean los que quieran!”. No es antológico, ero es significativo.

La Trinidad, pequeña comunidad

Hay religiones que acentúan la unicidad de Dios. La historia ha demostrado que una referencia a la unicidad de Dios, ha llevado a fatales consecuencias contra Dios. Piensan esas religiones que si arriba en el cielo “hay uno”, abajo en la tierra tiene también que haber uno. Y de ahí han nacido tiranías: uno se hace dueño y señor de todo. Ante esas creencias, el cristianismo tiene unas referencias muy distintas. Lo típico de su religión es la Trinidad (palabra un poco tardía), no la unicidad. Y así puede, y debe decir, con naturalidad: no, arriba uno, no; arriba tres personas iguales en dignidad, una pequeña comunidad, que se ama, se da y se ofrece mirando a la humanidad, consciente de que “el mirar de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) es amor”.

Para la semana: ¿Cuántas veces te santiguas? ¿En qué ocasiones? ¿Lo haces con atención?