«El Adviento es un viaje hacia Belén.
Que nos dejemos arrastrar por la luz de Dios hecha hombre».
Papa Francisco
Las cuatro semanas previas a las fiestas navideñas son un canto de esperanza, de confianza y de alegría sustentadas en el niño que nace. Las lecturas de este tiempo van en esa línea: “Estad despiertos” “¡No temas!”. “Confiaré y no temeré”. “Alegraos siempre en el Señor”.
Nuestras iglesias colocan durante estas cuatro semanas la llamada corona de Adviento, adornada con cuatro velas. Sobre las cuales se cuenta una simpática historia. Sucedió que, mientras estaban ardiendo, mantuvieron el siguiente diálogo. Dijo la primera: «Yo soy la paz». Pero la sociedad no consigue mantenerme encendida. No se esfuerza por protegerme».Disminuyendo su llama, se apagó lentamente. A continuación, habló la segunda: «Me llamo Fe. Lamentablemente, no intereso a los hombres. Ellos no se preocupan de Dios ni del mundo espiritual. Por eso no tiene sentido que me siga quemando». Dichas estas palabras, vino una ráfaga de viento y la vela se apagó. La tercera se expresó en voz baja: «Yo soy el amor. No me quedan fuerzas para seguir ardiendo. La gente me margina, tan solo se ocupa de si misma. Incluso se
olvidan de quienes viven a su alrededor». Dicho esto, se apagó. En ese momento entró una muchacha, vio las tres velas apagadas y gritó: «ustedes deben estar encendidas
y ardiendo hasta el final». Entonces la cuarta vela, dirigiéndose a la joven, dijo: «¡No tengas miedo! Mientras yo esté ardiendo, con mi llama podremos encender las otras
velas». Acto seguido, la muchacha, cogiendo la cuarta vela, de nombre Esperanza, encendió las otras tres, que estaban apagadas.
Que nosotros, como la muchacha de esta historia, con la vela de la Esperanza encendamos las velas de la paz, de la fe y del amor. Y que estemos alegres, sin olvidar que estamos llamados a «dar la buena noticia a los que sufren».