Lev 19, 1-2.17-18 | 1 Cor 3, 16-23 | Mt 5, 38-48
El capítulo 5 del evangelio según san Mateo merece que se lea, y aprenda si puede ser, con frecuencia. Dios, que es amor limpio, amor de padre de todos, ama a todos de corazón. Cualquier exclusión en el amor no es cristiana. La historia recuerda muchos momentos en los que cristianos, mártires, sobre todo, morían perdonando a sus verdugos. Lo hizo también Jesús, uno y primero de todos, en el momento de la crucifixión, porque lo había aprendido de su Padre.
En la vida de todos los días
El evangelio de hoy parece una casuística. En realidad, Jesús habla de la vida real. Es decir, recuerda momentos de una vida cotidiana. No tenemos que repetir esos mismos hechos concretos. Cada tiempo vive unas realidades peculiares de un tiempo o lugar. Pero todas ellas se parecen. Y queda a cada tiempo saber descubrir o constatar nuestras realidades más comunes, con las que nos tropezamos en casa, en la vecindad, en el trabajo, en el comercio, en la calle, en la iglesia, en el turismo, en la inmigración, etc. En estos y otros lugares coincidimos con personas concretas con las que a veces chocamos en lugar de encontrarnos con ellas. Lo cierto es que, para un cristiano (y debería ser para toda persona de bien), es una convocatoria de amor a todos.
“Aquí todas se han de amar”
Cuando santa Teresa de Jesús funda sus conventos les da algunas normas de vida. A veces son normas detalladas. Otras veces son consejos generales, que cada Carmelita y cada comunidad tendrá que vivirlo peculiarmente en su entorno. Y uno de esos consejos es éste: “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar”. El amor mutuo estaba en el centro de la convivencia conventual. No era éste una genialidad; era sencillamente recordar y actualizar algo que todo cristiano debe saber y vivir. Lo recordó el apóstol San Juan a los primeros cristianos y en ellos a los cristianos de siempre, también a nosotros: “este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No como Caín, que, siendo del Maligno, mató a su hermano” (1 Jn 3, 11-12).
“Como vuestro Padre celestial”
Por encima de cualquiera otra autoridad está siempre la autoridad de Dios, y de Dios como Padre. Acudir a esta autoridad es paso que no quiebra. Y es san Mateo, en el evangelio de hoy, el que nos recuerda: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”. La referencia al sol y a la lluvia la entendían, y la entendemos, todos. Los que somos malos podemos haber tenido la tentación de que el sol y la lluvia sea solo o principalmente para nosotros. Los demás nos traen sin cuidado. Incluso no faltará quien piense y quiera: “que no llueva para fulano o mengano”, “que el sol sea solo para nosotros, los buenos”. En cierta ocasión los mismos discípulos de Jesús había pedido a éste que mandase bajar rayos contra sus enemigos. Y Jesús les reprendió: “no sabéis de qué raza sois”. Y es que Jesús había aprendido de su Padre Dios que hay que ser bueno con todos, con todas sus criaturas y que hace salir el sol y la lluvia sobre malos y buenos, sobre justos e injustos.
Para la semana: Hagamos durante la semana algún gesto (pensamiento, deseo, palabra, obra exterior) a favor de quienes “nos caen mal”.