Éxodo 32,7-11.13-14 | 1 Timoteo 1, 12-17 | Lucas 15, 1-32
El capítulo 15 del evangelio según san Lucas, que hoy tenemos delante, merece ser visitado con frecuencia. Es considerado como “un clásico” en el Evangelio. Nada menos que tres parábolas lo componen: “La oveja perdida y encontrada”, “La dracma perdida y encontrada” y “el hijo perdido y encontrado”. No todos le dan el mismo título. Algunos no se atreven a titularlo. Prevalecen los títulos, significativos, de: “Las parábolas del perdón” y “Parábolas de la misericordia”. Es un capítulo amplio.
Una entrada significativa
A Jesús le escuchaba mucha gente. Y no todos con los mismos fines, deseos y sentimientos. No deja de ser interesante que este capítulo de las tres parábolas nos revele el tipo de personas que iba a escucharle: un bloque estaba formado por “publicanos y pecadores, que se acercaban a Él para oírle” y otro bloque estaba formado por “fariseos y escribas, que murmuraban ya de Él”.
Y esta entrada puede iluminar también categorías actuales de personas, que se acercan a Jesús (por no decir a la Iglesia). ¿En qué grupo estamos nosotros, nuestros amigos, nuestros enemigos…?
Un lenguaje accesible
Con frecuencia nos quejamos, con razón, de que no entendemos el evangelio. Es evidente que las distancias de los tiempos, la problemática de los mismos, las mentalidades sucesivas, etc. son – y serán- siempre una dificultad.
Las tres parábolas de este capítulo son cercanas a multitudes. Todos acertamos a conocer unos animales (la oveja), ha perdido algo que necesita (la dracma), lo más querido de la casa (los hijos). Y así otras cosas. Jesús tenía imaginación para llegar a quienes le escuchaban. La imaginación recrea parábolas que también nosotros mismos podemos “inventar”. Pueden ayudar mucho nuestra vida. Basta pensar que Jesús hablaba en parábolas para que nosotros intentemos imitarle también en esto.
“Algo se muere en el alma…”.
Las personas que (configuran) estas tres parábolas son de carne y hueso. Y la mayor parte sufre ausencias concretas, a veces muy dolorosas. Las familias y amistades las saben. Todas tres, y otras varias que cada uno de nosotros tenemos, podríamos enumerar y describir: pérdidas de cosas queridas, hijas-os que huyen de casa, resentimientos…
Alegría en el cielo y en la tierra
No hay dolor sin alegría ni alegría sin dolor. Pero, la alegría acaba venciendo al dolor: “habrá más alegría en el cielo…”. Quizá no sabemos cómo imaginarlo. Pero nos atrevemos a creerlo. Todo puede tener solución en la tierra, hasta lo más duro, solución que alegra la vida. “Alegraos conmigo”, dicen las mujeres que encuentran sus pequeñas y queridas cosas; “celebremos una fiesta”, dice el padre que encuentra a su hijo perdido. Y así se podrían multiplicar realidades de cada día.
Para la semana: aprendamos a vivir en el dolor y la alegría con esperanza.