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Sabiduría 9, 13-18 | Flm 9b-10, 12-17 | Lucas 14,25-33

 

Como tantas veces, Jesús catequiza a la gente mientras camina (“caminaba con él mucha gente”, dice el texto evangélico). Es una buena manera de hacerlo. Una buena catequesis puede hacerse en distintos lugares, en diversos momentos, etc. Lo que importa es la palabra del catequista, que en este caso es Jesús, y la comprensión y aceptación del catequizado.

“Si alguno viene a mí”.

En esta ocasión Jesús va a hablar a la muchedumbre acerca del discipulado: quiénes y cómo pueden ser los discípulos de Jesús. Y, más bien, quienes no son y no pueden ser discípulos suyos. Por tres veces leemos el ritornelo: “no puede ser discípulo mío”, “no puede ser discípulo mío”, “no puede ser discípulo mío”. Lo dice con toda lucidez el texto del evangelio que hoy proclamamos. Y llama la atención. Son realmente llamativas.

Lenguaje difícil

Entre las muchas páginas que encontramos difíciles de entender y de aceptar en el Evangelio, están las que proclamamos en este domingo. No entenderlas correctamente pueden ser destrucción -no educación- de la catequesis de Jesús. Basta leerlas con naturalidad y quedar desconcertados. No son pocos los buenos lectores que acaban diciendo: “se han equivocado. Esto no pudo decirlo Jesús”. Pero sí lo dijo.

Los traductores y comentaristas del evangelio (personas competentes, sin duda) se ven obligados a “aclarar” la palabra o el párrafo que a los lectores normales les parecen imposibles. Y no todos tienen la oportunidad de acudir a personas o a comentarios que se los aclaren (aunque sea en breves notas).

Tres veces: “no puede ser discípulo mío”

Jesús lo reitera y los descarta. ¿A quiénes se dirige? El evangelio de hoy lo centra en la familia, la cruz, y los bienes: “Si uno quiere venir conmigo y no está dispuesto a dejar padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas, e incluso a perder su propia vida, no podrá ser discípulo mío” (Lc 14,26), “como tampoco podrá serlo el que no esté dispuesto a cargar con su propia cruz para seguirme” (Lc 14, 27), ni “cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes (Lc 14,33) . No es fácil la explicación ni suave la realización.

La sencilla lectura nos acerca, quizá poco a poco, al núcleo de las palabras pronunciadas por Jesús a muchedumbres que no eran más listos que nosotros. Jesús acompaña también en las lecturas y escuchas de quienes desean conocer y seguir sus palabras.

Hoy, afortunadamente, la inmensa mayoría de los cristianos de  nuestras tierras, saben leer y tienen acceso a una Biblia, pertenecen a una parroquia, a grupos y movimientos donde pueden encontrar la aclaración esencial. Nada fácil, desde luego.

 

Para la semana: Pregúntate: ¿soy yo discípulo de Jesús? “Discípulo es el que aprende de su maestro y le sigue”.