Sabiduría 6, 12-16 | 1 Tesalonicenses 4, 13-18 | Mateo 25, 1-13
Una semejanza
El evangelio de este domingo presenta nuestra vida con una semejanza, la de nuestra vida cristiana. No porque sea una semejanza deja de tener interés. Todo lo contrario. Nos hará pensar, sin duda. Y nos ayuda a pensar. Es lo que Jesús intentaba cuando hablaba a sus oyentes. También en esta situación.
Nos encontramos ante una boda; mejor, ante una invitación a una boda. Somos invitados, todos somos invitados a esa boda. El femenino prevalece. Las bodas también sirven para reconocer a las personas.
El evangelio de hoy las divide en dos tipos: Necias y prudentes.
Necias:
Las bodas parecen dar para todo. Seguramente algunos/as están despiertas, pero no todas. No solo por lo que hayan bebido ya, sino porque la noche está lejana. Cuando alguien quiere despabilar a las invitadas, éstas echan mano de lo que han oído y estudiado: “muy largo me lo fiais”. “Hay tiempo. Podemos divertirnos todavía mucho antes de ir al banquete. Un día es un día, etc.”. Incluso sin darse cuenta han perdido su preparación.
Prudentes:
Las prudentes, también ellas invitadas, esperan el banquete de una manera especial, especialidad que incluso suele despertar momentos que ya se habían perdido. Como son muchas las invitadas es fácil formar muchos corros. Son momentos interesantes para hacer tiempo. Se hacen incluso amistades. La espera hace cercanía y familiaridad. Muchas veces se reviven situaciones que ya se habían adormecido y aquí vuelven a la vida.
Se cerró la puerta:
Llega el momento de sentarse al banquete. Es el momento más importante. No pierde la posibilidad de charlar y contarse momentos de la vida. Un banquete da para mucho. Pero también tiene sus detalles especiales que la diferencia de otros momentos y situaciones.
No os conozco:
Una boda es una boda. No es cualquier cosa. Se conoce cuándo una persona está de boda. Y llegó el momento del banquete. Las necias se habían ido lejos, estaban a otras cosas. Ni siquiera sofocadas son capaces de acercarse al grupo. Las puertas están cerradas, la comunicación se ha hecho no solo familiar, sino también novedosa y ni siquiera deja oír los golpes de la puerta.
Y el dueño hace bien en decir desde dentro: “No os conozco”.
Y la fiesta se les convirtió en tragedia. ¡Todo se paga, aunque no lo parezca!
Para la semana: La eucaristía es el banquete central en la vida del cristiano. No la perdamos.