Proverbios 31, 10-13, 19-20, 30-31
1 Tesalonicenses 5, 1-6
Mateo 25, 14-30
Nos acercamos al final del año litúrgico. Es un buen tiempo para hacernos un examen. Concretamente, un examen sobre el año litúrgico que se nos escapa ya. Echar una mirada atrás es importante. Sobre todo cuando la echamos con referencia a nuestra vida tanto particular como acompañada (en la casa, en el trabajo, en la presencia en la iglesia…). Nuestra mirada debe ser sincera.
Somos empleados de Dios.
No somos dioses. Somos empleados de Dios. Es importante tener esta idea. Dios no nos ha tirado al mundo como si fuéramos un trapo. A veces -o algunos- se desesperan y piensan que sí, que a ellos Dios no les ha tenido, ni les tiene, en cuenta, que se ha olvidado de ellos. Miramos a otras personas y ellos están olvidados. No es así, aunque a veces nos lo parezca.
Se acercan los exámenes
Dios nos examina a todos. Se ha ido de nuestro mundo y nos ha dejado con unas monedas (a unos más, a otros menos. Pero a todos nos ha dejado algo). Quiere que se empleen bien. Por bien nuestro. Examinémonos a ver qué es lo que Dios me ha dejado a mí. Y no te escapes diciendo que a ti Dios no te ha dejado nada, porque no es verdad. Por no tener esto en cuenta, se pierden muchos talentos en la historia, en todos los rincones del mundo.
¿Qué oportunidades has tenido y sigues teniendo?
Dios nos ha dado a cada uno unas posibilidades, unos talentos, unos valores. A todos nos ha dado algo, bastante, mucho, aunque no sea a todos iguales (sería muy aburrido). Nos ha dejado a cada uno unas oportunidades. Y porque nos quiere y se fía de nosotros, desaparece de nuestra vista. Ningún cristiano debe decir: “yo no he tenido oportunidades”. Es falso.
“Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Pasa al banquete de tu Señor”.
Y esto lo decía al empleado de solos dos talentos. Hermosa final.
Para la semana: Escucha en tu interior y con naturalidad los dones que Dios te ha dado, cómo debes explotarlo y cómo puedes presentarlo ante Dios.