Isaías 53, 10-11 | Hebreos 4, 14-16 | Marcos 10. 35-45
En los evangelios hay páginas que Jesús repite varias veces sobre todo a sus íntimos, a sus discípulos, a quienes le siguen de cerca. Y entre esas páginas no son las últimas las que tratan del servicio a los demás, afrontando la tendencia generalizada a que nos sirvan, a ser señores, a distinguirnos, a ser los primeros, etc. Hoy tenemos una de esas páginas. Se la leyó directamente a dos de sus discípulos, Santiago y Juan, pero la extendió a todos. Y en este contexto se hace presente otra realidad que Jesús no olvida: la petición a Dios y a los hombres.
Con atrevimiento
Santiago y Juan se dirigieron a Jesús. Y, sin medir más palabras, le dicen: “Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir”. Así, sin mediar más palabras. Parece que lo llevaban preparado, esperando una oportunidad para soltarlo. ¿Fue confianza, egoísmo, ambición, atrevimiento…? Dejémoslo en atrevimiento. Jesús los escuchó y preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros”?
Una petición atrevida
La petición no le era extraña a Jesús. Él mismo pidió a su Padre. Y Él mismo enseñó a orar a quienes le oían con una oración de varias peticiones juntas. El Padre nuestro será siempre la mejor oración del cristiano. Pero también el Padre nuestro se puede deteriorar con peticiones incorrectas.
¿Qué fue lo que pidieron Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, a Jesús? “Se acercaron y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te pidamos.” Así, por las buenas. Y sin más le espetaron: “Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.” La petición pilló al mismo Jesús de sorpresa. No se lo esperaba de ellos. Y reaccionó inmediatamente:
“No sabéis lo que pedís”
También Jesús fue rápido y contundente: “No sabéis lo que pedís”. En realidad sí sabían o imaginaban algo importante, porque no era la primera vez que se lo habían oído a Jesús. Pedían los mejores puestos o asientos nada menos que en “la gloria” (“en tu gloria”). Santiago y Juan, como el resto de los discípulos e incluso de la gente, tenía una idea de lo que era la “gloria” (“la vida feliz del más allá”) y querían estar allí uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús. ¡Picaron alto, no se podía pedir más!
De la gloria a la tierra
Jesús dejó la “gloria” de momento, bajó a la tierra y les recordó que “El Hijo del Hombre –Jesús- no ha venido (a la tierra) a ser servido, sino a servir”. Aquí los quiere ver a su derecha y a su izquierda. Y si les parece poco, les añade: “el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos”. Esto tampoco lo esperaban ahora Santiago y Juan, aunque presumieron una vez más, quizá humillados, dándonos a todos una lección que con frecuencia necesitamos: ante la pregunta de Jesús; ¿“podéis…” con esto? Ellos respondieron; “Sí podemos”.
Los amigos se indignaron. Seguramente porque también ellos pensaban, codiciaban y esperaban lo mismo. Y Jesús quería aprovechar esta oportunidad para recordar a todos, también a los que vendrían después, a nosotros nuestra condición presuntuosa
Para la semana: Una y otra vez Jesús nos recuerda nuestro destino terreno: servir. Y ante el floreo humano, ser “esclavos” de todos.