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Sabiduría 7, 7-11 | Hebreos 4, 12-13 | Marcos 10, 17-30

Vamos a cambiar el orden de la liturgia de la palabra. Vamos a comenzar por el evangelio para terminar por la primera lectura, que habla de algo tan hermoso como la sabiduría. Todos estamos llamados a ser sabios. Y podemos y debemos ser sabios. Pero no es fácil.

En el centro de la liturgia de este domingo está un joven, un joven rico (“tenía muchos bienes”) y bueno. No presume, abre su vida al “maestro bueno”, que es Jesús. Se presenta ante Jesús sin orgullo, con humildad. Se hinca “de rodillas” ante Él.  Le ha oído hablar nada menos que de la vida eterna. Y parece que le entusiasmaron sus palabras. Jesús debió decir cosas atrayentes y el joven se le acercó.

Y Jesús comenzó a hablar

Jesús le miró con un mirada de “amor” (“le amó”) y le escuchó mientras el joven le miraba. Y Jesús comenzó a hablarle. No le habló de vanidades juveniles. Le habló de los mandamientos que el mismo Jesús había predicado tantas veces y lo haría también ahora. Y no comenzó por el primer mandamiento, por amar a Dios. Ni le habló de santificar las fiestas. Esto tuvo que sonarle extraño tanto al joven como a quienes observaban aquel llamativo encuentro. Quizá también a nosotros nos extrañe esa actitud de Jesús. Pero es el evangelio el que lo dice. Jesús le recordó los mandamientos que hablan de los hombres, de las relaciones entre ellos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”. Y el joven también habló: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud”. ¿Podríamos decirlo todos nosotros?

Una cosa te falta

El joven seguía esperando y Jesús continuó hablando: “Una cosa te falta”. El joven calló. Jesús siguió hablando: “anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los  pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”. Se marchó, no presuroso y alegre a ejecutar lo que Jesús le aconsejaba, sino todo lo contrario: “se marchó entristecido”. Jesús aprovechó la ocasión para decir a la gente: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el  Reino de Dios!”. “Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras”.

Vale más la sabiduría

“Preferí [la sabiduría] a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en comparación de ella”. Son palabras de la primera lectura de este domingo, palabras tomadas del Libro de la sabiduría. “El sabio, en sentido bíblico no es el que conoce muchas cosas, sino el que sabe distinguir el verdadero bien, que se manifiesta en el obrar según el corazón de Dios”.

¿Qué hacemos con el dinero?

“La manera sana de vivir el dinero es ganarlo de manera limpia, utilizarlo con inteligencia, hacerlo fructificar con justicia y saber compartirlo con los más necesitados”. Quien hace esto, es sabio ante Dios, que no condena el dinero, sino que lo quiere para el hombre, para todo hombre.

Para la semana: ¿Qué prefiero, ser sabio ante Dios o rico ante los hombres?  ¿Las dos cosas? Difícil…