Éxodo 20, 1-17 | Primera Corintios 1, 22-25 | Juan 2, 13-25
El camino hacia la celebración de la Pascua de Resurrección puede convertirse en una escuela en la que aprendamos más de lo que sospechábamos. Y esa escuela comenzaba ya con nuestros primeros pasos de cuaresma con la llamada a la conversión. La primera lectura de la eucaristía de este domingo puede señalarnos el camino hacia la Pascua de Resurrección, aunque no lo parezca.
Una mirada al Éxodo
El Éxodo, que preside la primera lectura de la eucaristía de este domingo, narra la liberación de la esclavitud en que vivía el pueblo judío bajo la tiranía de Egipto y el caminar hacia la tierra prometida, una tierra que manaría “leche y miel”. En el largo caminar (pongamos cuarenta años) el pueblo se fue moldeando para ser un pueblo digno del Dios de Israel. En ese caminar aparece con frecuencia la posibilidad y dificultad de hacerse al modelo humano de Dios. Dios terminará fiel hasta introducirlos en la tierra que manaría “leche y miel” en lugar de ajos y cebollas.
Pueblo de dura cerviz
A veces, durante la travesía por el desierto, los israelitas añoraban los ajos y cebollas que habían comido en Egipto y se rebelaban contra el Dios que les había sacado de aquella esclavitud. Ya casi al terminar este caminar, Dios tuvo que confesar: “Me estoy dando cuenta de que este pueblo es muy testarudo” (Ex. 32,9).
El tiempo de cuaresma, tiempo de penitencia y conversión, es tiempo oportuno para pensar honradamente si nosotros, como nuestros padres de entonces, no somos personas y pueblos de dura cerviz, pueblo testarudo, cerrado en sí y “convencido” de que él sabe lo que tiene que hacer, sin dar entrada a quien le ha liberado, Dios.
“No tendrás un Dios fuera de mí”.
Dios es “celoso”, nos recuerda la primera lectura. Lo fue siempre. Lo fue también con aquellos que nosotros llamamos todavía “nuestros primeros padres”. Dios fue siempre el “maestro” que en la escuela de la vida fue iluminando los pasos a dar para llegar a esa tierra que manaba “leche y miel” y que en nuestro tiempo diríamos mana filiación y fraternidad: hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Hasta que los discípulos nos convenzamos, teórica y vitalmente, que no hay otro Dios que el de la fe.
No adores a los ídolos
Un poco jocosamente se dijo que Dios nos hizo a Su imagen y nosotros hemos hecho a Dios a imagen nuestra. Es lo que podemos llamar idolatría: adorar –más bien seguir- a un dios (con minúscula), que ha salido de nuestras manos, unas manos que con frecuencia llevamos manchadas –o no lo suficientemente limpias- de la altura de los mandamientos. La primera lectura nos recuerda esos mandamientos que hemos conocido desde pequeños: santifica las fiestas, honra a tus padres, no mates, no cometas adulterio, no robes, no mientas, etc. No te hagas ídolos de madera que no pueden salvar.
Para la semana: No olvides: Pascua no preparada, Pascua fracasada. Y al contrario: Pascua preparada, vida nueva.