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Ezequiel 18, 25-28 | Filipenses 2, 1-11 | Mateo 21, 28-32

La especie de trabalenguas del título (que no es mío) expresa perfectamente una situación humana y religiosa que nos hace pensar a todos para ver en qué categoría nos encontramos. Las lecturas primera y tercera de este domingo hablan de tiempos antiguos, pero válidos para todos los tiempos. El profeta Ezequiel vivió en el siglo VI a.C. Jesús… todos lo sabemos. Y nosotros vivimos en el siglo XXI d. C. En estos 26 siglos las cosas han cambiado mucho. Pero hay experiencias y vivencias que esencialmente permanecen en la historia.

Jesús habla a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo

En su vida pública, muy breve, Jesús habló a mucha gente. Quizá no caemos en este detalle, pero merece la pena recordarlo alguna vez. Su actividad, después de una larga vida oculta, impresiona. No rehuyó a nadie. Para todos tenía una palabra que llamaba la atención. A veces elevaba mucho el tono de su palabra; otras veces se abajaba a las multitudes. Hoy se nos presenta hablando a altos dirigentes de la sociedad religiosa. Y también con ellos utilizó un lenguaje sencillo, pero con mucha miga. También a ellos les contó un cuentecillo: “un hombre tenía dos hijos…”. Podía haber dicho: “una mujer tenía dos hijas”. O cruzarlo de cualquier manera.

¿Buenos y malos? ¿O malos y buenos?

De esos dos hijos, parecería que uno era bueno y otro era malo, uno parecía obediente y otro desobediente. Esto puede darse en cualquier familia. Y Jesús, aun cuando se inventaba un cuentecillo, sabía pintar la realidad. A los dos hijos por separado, el hombre les pidió que fueran a trabajar a la viña; el primero le contestó que no, que no iba. ¡Qué desobediente! Pero… se arrepintió y fue; el segundo dijo que sí, que iba. ¡Qué obediente!, pero no fue.

Qué cosa más sencilla, ¿verdad? Pues sí. Puede suceder todos los días. De hecho, ante la pregunta de Jesús a ese grupo selecto, “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”, inmediatamente respondieron: “El primero”. No había duda. No se necesitaba muchos estudios. Aunque seguramente pensaron que Jesús les tenía preparad algo.

Las apariencias engañan

Jesús no hablaba a humo de pajas. En los dos hijos encarnó dos estratos de la sociedad de su tiempo ante el mismo Jesús: sumos sacerdotes y ancianos del pueblo por una parte, y publicanos y prostitutas por otra. La cosa parecía clara: los primeros eran los buenos; los segundos, los malos. Pero Jesús los desenmascaró atrevido: “Díceles Jesús: “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios”. ¡Un jarro de agua fría! ¡Una bofetada virtual! Una buena lección… para ellos y para nosotros.

Para la semana: ¿Con cuál de los dos hijos te identificas?  Siempre estamos a tiempo de arrepentirnos y ser como el primero de los hijos.