En este momento estás viendo “POR UN VASO DE AGUA FRESCA”

Libro segundo de los Reyes 4, 8-11.14-16ª | Romanos 6, 3-4.8-11 | Mateo 10, 37-42

 La vida está hecha de cosas pequeñas. Por lo menos en la mayor parte de la gente. Puede haber, y hay, personajes que han desafiado a la historia y parecería que la han  ganado: nombres y personas que están en los libros, en boca de los sabios (o al menos cultos), etc. Pero la vida del “común de los mortales” (como solemos decir) se desarrolla en cosas diarias y pequeñas. Pero…, para Dios no hay cosas pequeñas. Incluso, afortunadamente, también los hombres y mujeres agradecidos valoran cualquier delicadeza por pequeña que sea.

La lectura primera y tercera de la liturgia de este domingo ilumina esas delicadezas, una vez en casos muy concretos (la primera) y otra haciendo de ello una afirmación universal (la tercera).

Abrazarás un hijo

Era una mujer principal. Y era estéril y su marido anciano. Así presenta el texto sagrado a la mujer que tuvo la delicadeza de recibir en su casa al profeta Eliseo en sus correrías proféticas. Y fue ella, la mujer, la que propuso a su marido prepararle al profeta una estancia en su casa para que pudiera descansar. No buscaba nada especial con esa propuesta. La delicadeza es así. Sencillamente conocía la pobreza del profeta, caminando de un lugar para otro sin lugar fijo y estable donde vivir ni descansar.

El profeta pagó esta delicadeza con otra delicadeza mejor y menos esperada. El profeta se atrevió a decir a la mujer estéril: “Al año próximo, por este mismo tiempo, estarás abrazando un hijo”. Y así fue. Y desde aquel momento algo cambió en aquella mujer y en su casa.

No perderá su recompensa

Jesús conocía la generosidad del Padre. Y confiaba en Él. Hablaba no sólo de cosas altas. Su mensaje tocaba la tierra y la vida cotidiana. Acudía en sus conversaciones y encuentros, por ejemplo en las parábolas pero también en frases sueltas, a la vida cotidiana, que podía ser entendida por todos. Es un placer, incluso estético, leer las parábolas de Jesús. Estas expresiones “populares” no desmerecían de otras palabras más “altas y graves”. Al contrario, Jesús amasaba unas palabras con otras para que todos le entendieran (aunque no siempre lo lograba). Y fue en una de estas ocasiones cuando Jesús dijo: ““Todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa”. Es una perla muy  sencilla y probablemente no se le presta mucha atención.

Es un buen ejercicio hacer silencio para escuchar esas palabras una y muchas veces, para que nuestro interior y exterior las goce, las aprenda y las ejercite en la vida cotidiana. Las personas con quienes compartimos la vida, quizá sobre todo en estos difíciles días de pandemia (o quizá ya tiempos de rebrote), esperan de nosotros una delicadeza humana o religiosa, grande o pequeña, pero cercana, entrañable y generosa.

Para la semana: Ten alguna delicadeza con personas espiritual o materialmente necesitadas. No quedarás sin recompensa.