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La Primera Comunión NO puede ser un mero acontecimiento o fiesta social o familiar. Por desgracia, así es en algunos casos. Se monta la fiesta para que “todos sean iguales”, para que “mi hijo o mi hija no sea menos que los demás”.

La Primera Comunión NO puede ser una especie de carrera interminable de regalos y más regalos. ¿No hay otros días y motivos, a lo largo del año, para hacer regalos? ¿No nos damos cuenta que se oculta así el sentido religioso y auténtico del día?

La Primera Comunión NO puede ser, a la vez, la última Comunión. Hay niños y familias que con la fiesta ponen punto final a su vida y relación parroquial.

La Primera Comunión SÍ es una fiesta de importancia capital en el proceso de maduración y vivencia cristiana de nuestros niños. Jesús, que nos ha hecho el gran regalo de quedarse con nosotros en la Eucaristía y dársenos en comida: «Tomad y comed, eso es mi cuerpo. Tomad y bebed, ésta es mi sangre», llega al corazón y a la vida de nuestros niños.

La Primera Comunión SÍ es el comienzo de una participación más plena y más constante en la Eucaristía de la comunidad. Desde ese día, y acompañados por sus familiares, los niños que han comulgado deben acudir, todos los Domingos y otras fiestas, a recibir a Jesús, para crecer en la amistad con Él y para que no dejen de hacer el bien a los demás como lo hacía Jesús.

La Primera Comunión SÍ es un momento oportuno para intensificar la vida de comunión y fraternidad en el corazón y en los comportamientos de nuestros niños.

Extracto de la Carta publicada en la revista Ecclesia