Hechos 2, 1-11 | 1ª Corintios 12, 3b-7. 12-13 | Juan 20, 19-23
Jesús había dicho a sus discípulos: “No os dejaré huérfanos” (Juan 14,18). Los apóstoles eran sencillos pescadores. Jesús se acercó a ellos, los invitó a estar con él, y, ellos, le siguieron. Jesús tenía “algo” especial. Lo notaba sobre todo la gente sencilla. Y se habían hecho a estar a la sombra de Jesús. Pero tenían miedo cuando entendían que podían quedarse solos. Esta era una tragedia para ellos: habían dejado lo poco que tenían y ahora se quedaban sin el tesoro que habían encontrado: un Jesús que, aun teniendo enemigos, era seguido y querido por las multitudes.
El miedo de los apóstoles.
Y los apóstoles tuvieron “miedo”. Las palabras del evangelio de este domingo son claras. Y el apóstol Juan, tan querido de Jesús, no lo ocultó. Gracias a él conocemos esta experiencia de los apóstoles después de morir Jesús: “Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos…” (Juan 20, 19).
No pocas veces habían presumido de ser los compañeros del Jesús que hacía milagros. Pero al morir Jesús cayó sobre ellos una dura experiencia: “los judíos vienen a por nosotros”. Y cerraron las puertas, convencidos de que sin Jesús no eran nadie.
La alegría de los apóstoles.
Jesús no abandonaba. Nunca abandona, aunque a veces se tiene la experiencia de que se va. Pero no es así. Es más, no es necesario buscarle. Basta con estar atentos a su venida. Los apóstoles no le esperaban. Por eso se encerraban y cerraban… más que las puertas, la vida.
A veces Jesús tiene que “probar” que es Él. Pero está dispuesto a rebajarse y hacerlo: “Les mostró las manos y el costado”. Era Él. Le habían visto crucificado. Y la crucifixión no había podido con Jesús. Y Jesús no buscaba revanchas. Sencillamente fue a buscar a sus amigos, los pescadores, los apóstoles. No solo a ellos. Pero también a ellos, a los “miedosos”. Y los discípulos “se alegraron de ver al Señor”. El evangelio no indica “la que armaron” al ver a Jesús. No se atrevió a tanto. Nos transmite sencillamente que se alegraron. Nos basta con eso. Fue un encuentro que trajo “paz”. Jesús saludaba así: “La paz con vosotros”.
“Recibid el Espíritu Santo”
Y les traía algo más, bastante más. Les había dicho que no los dejaría huérfanos. Había convivido con ellos. Ahora era otro quien iba a estar con ellos: el Espíritu Santo, que les trajo trabajo, un buen trabajo.
Jesús había tenido una “pelea” con los judíos a causa del trabajo en día de fiesta: “perseguían a Jesús porque trabajaba los sábados”. Y Jesús les había respondido: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Juan 5,17). Jesús daría un trabajo nuevo a sus discípulos: “a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados…” (Juan 20,22-23). ¡Difícil y hermoso trabajo ese de perdonar!
Para la semana: Todos los cristianos hemos recibido el Espíritu Santo. Tenemos una tarea, y no pequeña, que hacer: perdonar. Perdonemos para ser perdonados. Será prueba de que está con nosotros el Espíritu de Jesús.