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Génesis 14, 18-20 | 1ª Corintios 11, 23-26 | Lucas 9, 11b-17

Lo llamamos sagrario. Es el lugar más preciado de la iglesia (edificio) y de la Iglesia (comunidad). Lo normal es que presida la comunidad. Ha y es un espacio pequeño. No necesita mucho. A veces le han ensanchado la casa y se la han embellecido. Con buena voluntad, sin duda. Y es laudable. Su dueño sigue siendo un Jesús amigo de los pobres y necesitados a lo largo de los tiempos. A ellos les da su cuerpo y su sangre para ser uno con ellos.

 El recuerdo imborrable

¿Qué madre o qué padre no guardan un recuerdo de la hija o el hijo desaparecidos? ¿Y qué hija o hijo no hacen lo mismo con sus padres? Han desaparecido, seguramente desde hace mucho tiempo. Quizá menos, pero también con frecuencia, lo hacemos con la hermana o el hermano, con los abuelos… No obstante, ellos permanecen presentes y quizá más queridos que cuando se encontraban en la misma casa, se sentaban a la misma mesa, se hablaba de todo y a veces se discutía. Incluso tienen un espacio muy querido en la casa, incluso con frecuencia en la cartera, etc. donde guardan un recuerdo. No se separan fácilmente. Y son el mejor libro de familia, personal y familiar. Son un reclamo “mudo” y “parlante” a la vez. A nadie se le ocurre tirarlo, pisarlo, romperlo… o cosas peores. Hasta es quizá, el mejor momento de la reconciliación familiar. Es un recuerdo amoroso, un amor aún presente, que lo será siempre. La añoranza y el agradecimiento se ensanchan.

Con la mirada atr

A toda persona se le echa una mirada atrás, buscando el retrato de su vida. También a Jesús. No se trata de juzgarle, sino de recordarle. Y, evidentemente, un cristiano no duda de que echando una mirada atrás, al Jesús real y verdadero, encontrará al Jesús de la historia y de la eternidad en sus más variadas posibilidades.

En la liturgia de hoy echamos esta mirada a Jesús y le encontramos entre el gentío, pobres y enfermos particularmente, hablando y sanando, escuchando y actuando (¡lo que no vería y oiría!) sin pensar en otra cosa.

Con Él siempre había comida

Jesús se ensimismaba cuando estaba con las multitudes. Sobre todo, casi siempre, cuando adoctrinaba y curaba a las multitudes pobres y enfermas. No se cansaba de estar con ellos. Tenían que “despertarle” los “doce” (los apóstoles) diciéndole: “que ya es hora, va cayendo la tarde y esta gente no ha comido y por aquí no hay nada”. Jesús no los rechazó, no los habló mal. Había dicho, respondiendo al tentador: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Pero Jesús comprendió que se le pasaba el tiempo. Sencillamente les dijo: “dadles vosotros de comer”.

Para la semana: El sagrario es comida y bebida personal y compartida. Se compra mucho, se gasta poco. Se comparte…Si no se concibe una iglesia sin sagrario, no se concibe la Iglesia sin sagrario. Allí hay pan y vino.