1 Reyes19, 16b. 19-21 | Gálatas 5, 1.13-18 | Lucas 9, 51-62
Ser discípulos de Jesús es un honor, al menos para los cristianos. Quizá incluso otros lo envidien. Y no es para menos. La liturgia de la palabra de este domingo gira en torno al seguimiento de Jesús, una página relevante, aunque refleja sólo una caminata. Jesús no necesitaba “púlpitos” para hablar. Tampoco necesitaba multitudes, aunque con frecuencia se veía rodeado de gente. Estaba abierto a todo. Son muy interesantes las caminatas, como, por ejemplo, la que refleja la liturgia de hoy. Son vivas.
Subimos a Jerusalén.
La subida a Jerusalén era una subida especial. Desde Galilea hasta Judea había que pasar por Samaría. Samaría no era desconocida por Jesús. En Sicar, junto al pozo de Jacob, Jesús había tenido un encuentro significativo entre Jesús con una mujer (a la que ya todos conocemos como la samaritana) que iba a buscar agua. El evangelista Juan aprovecha para decir: “los judíos no se tratan con los samaritanos” (Jn 4,9). Hermosa la “conversión” de Samaritana.
¿Una subida truncada?
No. Jesús deseaba subir a Jerusalén y a Jerusalén se encaminó. Lo hizo con sus discípulos. Envió delante a dos apóstoles de los más significativos, Santiago y Juan, para preparar la posada. Pero el pueblo no le recibió, precisamente porque se dirigía a Jerusalén. La reacción de Santiago y Juan fue: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?”. Aquí la reacción de Jesús fue distinta: “Él se volvió y los regañó. Vosotros no sabéis de qué espíritu sois. Y se fueron a otro pueblo”.
“Mientras iban caminando”
La comitiva no se desanimó por el desprecio samaritano. Ella siguió adelante. Y la caminata ganó.
Quienes acompañaban a Jesús se habían calentado. Y habían aprendido. Y nada menos que tres caminantes se atrevieron a hablarle a Jesús, con pocas palabras, pero hondas, a las que Jesús no defraudó. Parecía casi un pugilato a cuatro: uno hablaba y otro respondía. Y cada vez parecía que la “lucha” se enardecía en propuestas y ofertas más atrevidas, entusiastas, espontáneas y generosas. Hasta Jesús se atrevió a entrar en la lid con palabras difíciles de entender: “deja que los muertos entierren a sus muertos” (la verdad es que intérpretes de solvencia no coinciden en la interpretación de estas palabras).
En la caminata dominaba el verbo seguir: sígueme, te seguiré. O al revés: te seguiré, sígueme. No sabemos cómo terminó. No sabemos si al fin llegaron a Jerusalén. Suponemos que sí. Todavía está abierta la palabra de los valientes: te seguiré y sígueme.
Para la semana: ¿“Oyes” la voz de Jesús a seguirle? ¿Te ofreces a decir a Jesús: te seguiré?