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Isaías 52,7-10 | Hebreos 1, 1-6 | Juan 1, 1-18

Sí, es Navidad. Todo cristiano se alegra. Quizá no sabe bien por qué. Pero se alegra. Nos rodea un cúmulo de realidades que no nos dejan pensar en otra cosa.

Navidad es la llegada de un relativamente largo camino, que hemos andado en los últimos domingos. Y no solo en los domingos. Cuatro semanas -más o menos- nos han acompañado y arropado. Cada día esa palabra que llamábamos “Adviento” caminaba esperando algo grande, que estaba al llegar, y se hacía querer. Repetíamos en nuestro interior -y también en nuestro exterior-: “Caminante…, se hace camino al andar.” Vamos a llegar a nuestro deseo.

Tiempos de Navidad

El tiempo nos acompaña siempre. No somos ajenos a lo que nos rodea. Caminamos con el tiempo. No todos los tiempos son iguales. Ni todos los asumimos de la misma manera. Incluso a veces los orillamos y hasta los destruimos. Pero lo normal es que siempre caminemos al son de lo que nos acompaña. Incluso cuando es el olvido el que nos acompaña. El olvido deja también su señal en el que vive.

Echamos una mirada hacia atrás.

Hemos caminado cuatro semanas en tiempo de Adviento, de espera.  No han sido cuatro semanas muertas. No hemos caminado solos. En el camino nos hemos encontrado con muchas personas y realidades. Algunas nos estaban esperando. Y también nosotros las esperábamos a ellas. Otras veces las hemos ignorado. Incluso quizá las hemos destruido. O hemos pasado como sonámbulos. Hemos perdido el tiempo; o lo hemos ganado. Un breve examen de este nuestro caminar será siempre oportuno, incluso cuando nos sacan los colores.

No es fácil vivir cristianamente la Navidad

Nada hay fácil en este mundo. Ni siquiera vivir la Navidad. No lo fue ni siquiera para una madre (María) y un padre (José) que después de buscar y pedir para una noche al menos, tuvo que retirarse a un establo de animales. ¿Hay algo tan doloroso como esa experiencia? Y dulcificarlo -como a veces se hace- no es correcto. No lo pueden suplir los belenes de toda la historia. Y quizá menos los más suntuosos.

Pero es hermoso

Sí. También es hermoso pensar que los pobres no son el desecho de historia, ni de la persona diaria. Y menos de Dios. Venimos de un pesebre por cuna. Hasta se puede preguntar: ¿qué habría hecho yo si me hubiera visto en esa situación? ¿Le habría dado mi cama, mi casa, etc.? A lo mejor sí; y a lo mejor no. Porque deseos huecos, no valen ni siquiera un pesebre.

Para la semana: Navidad es un tiempo adecuado para meditar la historia de tanta niñez olvidada y despreciada.