En el silencio de aquella tarde mortecina, el Papa Francisco atravesaba la plaza de San Pedro en solitario para impartir la bendición “Urbi et Orbi” y orar por el fin de la pandemia, comentando las palabras del Evangelio sobre la tempestad calmada de Marcos 4, 40 ante unos apóstoles atemorizados: «¿Por qué tenéis miedo?».
El Papa nos dice que somos importantes para Dios, que tenemos que remar unidos, que todos seamos uno, que la tempestad ha puesto al descubierto nuestra fragilidad y nuestras falsas seguridades. Necesitamos aparcar nuestras autosuficiencias y dejar que Jesús suba a nuestra barquilla, para recuperar la fe auténtica, poniendo nuestra confianza en Él, que nos da serenidad en nuestras tormentas.
Tenemos que discernir entre lo que es necesario y lo que no lo es, dejando de confiar en nuestras seguridades y rutinas, sintiéndonos fuertes y capaces de todo, no siendo codiciosos de ganancias ni siguiendo anestesiados ante injusticias y guerras mientras la tierra está gravemente enferma. Volviéndonos de nuevo a Dios, agarrándonos a la cruz de Jesús como timón, llevando en la cruz la vida que nos espera, sabiendo que el Señor ha resucitado y vive a nuestro lado, dejando espacio para que el Espíritu actúe en nuestras vidas.
Todo esto se lo encomendamos a María, para que se lo presente al Señor, que nos dice: «No tengáis miedo» (Mt 28, 5). El Papa nos dio la bendición “Urbi et Orbi”, pues el problema va más allá de la Iglesia, afecta a todo ser humano. Es una invitación a dejar a un lado el miedo y a quedarnos con la fe.
Ángel F. Mellado