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Hechos 2, 14.22-23 |  Pedro 1, 17-21 | Lucas 24, 13-35

El domingo pasado prometíamos hacer un breve comentario a la primera síntesis con que el autor de los Hechos de los apóstoles describía a la primitiva comunidad cristiana nacida de la luz de Resurrección de Jesús lo que este Jesús había enseñado: los primeros cristianos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hechos, 2, 42). Para cumplir esa promesa van estas reflexiones:

Cuatro vivencias
La primitiva comunidad cristiana no se dispersó en muchas actitudes y vivencias. Le bastaron sólo cuatro, que siendo esenciales eran como árboles de donde irían naciendo ramas.
No necesitamos muchas cosas, ni muchas devociones. Jesús mismo había dicho “sólo una cosa es necesaria”. Y los mandamientos que todos conocemos desde pequeños terminan diciendo: “estos diez mandamientos se encierran en dos”. Si asimilamos bien unas actitudes importantes, nuestra vida cristiana estará bien cimentada.

Asiduamente
He aquí una palabra –un adverbio- que da cantidad y calidad a esas cuatro vivencias. Decir asiduidad es decir, frecuencia, constancia, perseverancia.

En nuestra vida tenemos momentos en los que nos mostramos muy generosos. Estamos dispuestos a todo. Nos “matamos” por hacer o deshacer lo que sea. Pero…, nos falta constancia. Son relámpagos. No son malos, pero no son suficientes. Hay un principio sencillo que dice: “la gota de agua horada la piedra no cayendo violentamente, sino cayendo muchas veces”. Dicho sabio.
Celebrar la misa un día es cosa buena, dar una limosna es cosa buena, hacer un sacrificio es cosa buena, rezar un día es cosa buena, pero… todo ello es insuficiente. Todo lo bueno ha de vivirse con asiduidad, con constancia.

La enseñanza de los apóstoles
Atender a la enseñanza de los apóstoles es el primer paso del cristiano.
Jesús fue maestro sobre todo de los apóstoles. El evangelista san Marcos dice después de presentar varias parábolas: “a sus propios discípulos se lo explicaba en privado”. Jesús, y después el Espíritu Santo, iluminó de manera especial a los apóstoles. Y éstos, la mayor parte de los cuales no tenían muchas luces, nos han dejado unos relatos (los evangelios y las cartas) llenos de sabiduría cristiana. Jesús les envió a “predicar el evangelio”. Y ellos fueron fieles a este mandato del Señor. Y comenzaron por la primitiva comunidad cristiana.
En la fuente del magisterio de los apóstoles aprendieron los primeros cristianos lo que Jesús había dicho y hecho. Poco a poco se fueron empapando de la “doctrina cristiana”.
Hay otro principio elemental que dice: “sólo se ama lo que se conoce”. Es un principio que difícilmente puede negarse. Apliquémoslo a nuestro conocimiento de la persona de Jesús y de su enseñanza.
Nosotros no podemos escuchar directamente a los apóstoles. Pero tenemos muchas oportunidades para conocer la doctrina cristiana. Es queja muy oída que los cristianos conocen muy poco su religión.

Para la semana: Asiduamente vamos a leer y estudiar la doctrina de los apóstoles. La lectura de la Biblia y de algún libro, revista, curso, grupo, etc. que me lo explique va a ser actividad frecuente.