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Vamos caminando hacia el momento supremo de nuestra fe: la Resurrección de Jesús. Es una caminata que hacemos todos los años. Pero Jesús no vino volando del “cielo” en un momento determinado de la historia. Jesús hizo un largo caminar hasta ese momento. Hacer nosotros esta caminata que hizo Jesús, es absolutamente necesario al cristiano. Algunos, o muchos lo han hecho. Ellos nos estimulan a hacerlo. La palabra de hoy nos ayuda con la figura de Samaritana.

Un encuentro inesperado.

En una de las múltiples caminatas que hizo Jesús en su vida pública, se encontró junto a un pozo con una mujer samaritana. Estaba sola junto al brocal del pozo. Y entabló con ella un soberbio diálogo.

Jesús no huía de las mujeres. Tampoco huyó de esta. Eran más asiduas en sus discursos que los hombres, y para Jesús eran menos extrañas. En esta ocasión estaba a solas con una mujer samaritana, cosa desde luego que no dejó de sorprender a los discípulos cuando los encontraron a los dos.

“Dame de beber”.

Jesús no perdía el tiempo con samaritana. Es más, aprovechaba el tiempo y le pidió un poco de agua, cosa sencilla, pero necesaria. Era un atrevimiento. Samaritana lo sabía y no lo callaba: “¿Como tú -dijo a Jesús-siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Los judíos no se trataban con los samaritanos).

Jesús lo sabía, no se lo negó a la mujer. Y sabía lo que quería. No cualquier camino los llevaría a familiarizar. Y Jesús se atrevió, aunque no entró directamente en la historia de sus dos pueblos, judíos y samaritanos, a decir a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios…”. Lo tendríamos todo arreglado. Él lo arreglaría todo. Para una samaritana no valía lo que Jesús la ofrecía, y los dichos de Jesús iban por un camino que no era el suyo.

“El que bebe del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás”.

El ofrecimiento que le hacía Jesús era muy fuerte. Y la mujer cayó: “Señor, dame de esa agua”. Pero cayó solo a medias. Lo que buscaba la mujer era ya no tener sed ni tener que continuar sacando el agua del pozo. Jesús no se aprovechó de estas palabras de Samaritana. Lo suyo era distinto. Con palabras tranquilas y suaves la dijo:

“Créeme, mujer, que llega la hora”.

La conversación no parecía tan sencilla ni era tan fácil como pudiera parecer. Samaritana constataba que Jesús la decía verdades que a ella la sonaban: “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo…”. Y Jesús, no se escondió. Sencillamente dio a la Samaritana lo que anhelaba sin saberlo del todo: “Yo soy, el que está hablando contigo”. Los discípulos llegaron en aquel momento y el diálogo entre Jesús y samaritana calló.

Los discípulos estaban sorprendidos; pero no se atrevieron a hacerle preguntas. Fue ella, Samaritana la que no pudo contener lo que la había sucedido. Dejó el cántaro y se fue a la ciudad a parlar lo que le había sucedido. Se llevaba algo que no tenía claro: “¿No será este el Cristo?”. Y ahí quedó samaritana.

Para la semana: Quizá somos todos al menos un poco “samaritanos” (la samaritana era una buena pieza). Y Jesús se nos acerca. Lleva en las manos la fe como el mejor regalo. Pero la fe pocas veces es clara. Pidámosla.