Génesis 12,1-4ª | 2 Timoteo 1, 8b-10 | Mateo 17,1-9
A Jesús le llamaba mucho la atención el gentío. Se acercaba a él. Pero no se puede olvidar que con frecuencia estaba solo. O con algunos solamente. Sobre todo, para orar. Y si era en el monte, mejor. La altura sería un lugar significativo. Y a Jesús en esos momentos algunas veces le pasaban cosas “raras”. Esto le sucedió un día: “se transfiguró” estando con Pedro, Santiago y Juan, los tres apóstoles más cercanos a Jesús. Los tres apóstoles “se espantaron y cayeron por tierra”. Lógico. Aquello no era normal.
“Se los llevó aparte”
Aquel día “se los llevó aparte”. Fue un día especial. El gentío o la muchedumbre, que llama la atención en la vida de Jesús, no le impedía estar solo (por ejemplo, largos ratos o noches enteras en oración) o estar con unos pocos de sus discípulos. Hoy el Evangelio lo dice claramente: “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte”. Podía haber llamado a otros. Pero llamó a esos tres. Quería que vieran algo especial: “Se transfiguró delante de ellos…”. Vieron muchas cosas que les llamaron la atención.
Jesús no daba miedo
“No temáis”, dice Jesús a quienes están con él. Jesús impresiona. Esto sí. Incluso estando con él, llama la atención. Y no solo cuando estaba en carne visible, como cualquiera de nosotros. Los apóstoles, incluido Pedro, se acostumbraron a estar con Él. Vivían con él, aunque de vez en cuando se les escapaba y alguno de los apóstoles, Pedro en concreto, se tomaba la libertad de “reprender” a Jesús: “Señor, esto no puede pasarte a ti”. Incultos como eran, parecería que lo pasarían mal cuando Jesús les hablaba o se transponía.
“Qué hermoso es estar aquí”
Jesús suscitaba cosas como ésta. Unos rudos pescadores no estaban acostumbrados a ver estas cosas. Aunque conocía la belleza de los lagos, ahora era distinto. Esto le era nuevo. Acostumbrado a estar junto al agua y en el río, sabía “valorar” otros lugares, porque hay muchos lugares bellos y muchas situaciones atrayentes. Pedro no pudo resistir. Y lo mismo, o mejor, que con la soltura de tantas veces, no pudo retenerlo escondido. Se acercó a Jesús y le dijo: “Señor [eso sí; le llamaba Señor], ¡qué hermoso es estar aquí!”. Esta admiración puede hacerla suya cualquier cristiano. Aunque no sepa del todo lo que ella significa.
“Este es mi Hijo”
Jesús no estaba solo. Se le han acercado Moisés y Elías, que representan la ley y los profetas, previos a Jesús y a sus seguidores. Ellos siguen teniendo presencia en diversas culturas. No han muerto en la historia, en la comunidad humana. Se les mira como… Ellos llegaron en unos tiempos. Y abrieron caminos que perduran y que miran a su futuro. No se espantan de que alguien, después de ellos, sigan caminos antes no conocidos.
Una palabra les trae lo que aún ellos desconocen. Esa palabra alumbra el futuro sin negar el pasado. Y Alguien le presenta con palabras no conocidas: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Son palabras desconocidas. Ante ellas, los hombres cercanos “caen de bruces, llenos de espanto”. No eran palabras sencillas.
“Escuchadle”
Y estas palabras fueron aún más fuertes. Muchos las mirarán como palabras que se llevará el viento, como hace con tantas otras. Pero estas palabras han tenido un “algo” que no tienen otras.
Para la semana: Escribió San Juan de la Cruz: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla en eterno silencio y en silencio ha de ser escuchada del alma”