1 Samuel 16, 1ª. 6-7.10-13ª | Efesios 5, 8-14 | Juan 9, 1-41
El evangelio de este domingo formaba parte de las catequesis bautismales de los primeros siglos del cristianismo. Y la idea central era ésta: antes del bautismo estamos como ciegos, no vemos la verdad de las cosas, de la vida. Esta catequesis, centrada en la persona, gestos y doctrina de Jesús, ilumina el sentido de la vida, ofrece la luz que nos libera de la ceguera: vemos la vida de una manera distinta, somos distintos (pensamos, amamos, obramos de manera distinta).
Al proclamar y escuchar el texto de esa catequesis, nosotros, ya bautizados, recordamos aquel momento de nuestra vida y nos hacemos un examen para agradecer a Jesús que nos haya dado la luz de la verdad para no andar por el mundo como ciegos, sino como personas luminosas que ven y transmiten luz a los demás.
Nacidos también de las tinieblas.
Hay un canto que dice: “Nacidos de la luz, hijos del día…”. Suena mejor nacidos de la luz que nacidos de las tinieblas. Pero es más correcto decir: nacidos de la luz y de las tinieblas. Esto nos asusta un poco (o un mucho). Pero nosotros, cristianos, reconocemos que nacemos con el pecado original, con un haz de tendencias que nos inclinan tanto al bien como al mal. A estas inclinaciones llamamos luz y tinieblas.
Un pequeño enigma.
Ante esta realidad quizá todos nos hacemos un pequeño “lio”. Se lo hicieron ya los “discípulos” de Jesús, no cualquiera, sino los discípulos. Y tenemos que agradecer a los discípulos que se atrevieran a preguntar a Jesús: “le preguntaron sus discípulos: “Rabbí (Maestro), ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” Respondió Jesús: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Pregunta y respuesta. Nuestra “ceguera” no es propiamente cuestión de pecado. Es terreno a labrar.
Llamados a la luz.
La ceguera (las tinieblas) no es nuestro destino, aunque haya sido en parte nuestro comienzo terreno. Estamos llamados a la luz, a ver la verdad y a seguirla. Y ahí se manifestará la obra de Dios. Dios nos quiere compañeros de la historia. No quiere hacerlo solo. Desde el principio (libro del Génesis) Dios puso al hombre y la mujer en el mundo para trabajarla, como se trabaja un jardín, que da flores cuando se lo cuida.
No es un cuento de hadas.
Pasar de la ceguera a la visión, de las tinieblas a la luz no es un paseo sencillo y siempre agradable. La naturaleza se resiste con frecuencia y las ideologías lo hacen con frecuencia más difícil. El diálogo fuerte de Jesús con los fariseos lo demuestra de forma patética. Con frecuencia la vida se ve atada por minucias incomprensibles. ¡Los fariseos estaban furiosos porque Jesús había trabajado-liberado en sábado (nuestro domingo)! Es el colmo de nuestras miserias y la prueba de que junto a la luz hay todavía muchas tinieblas.
Para la semana: Jesús liberó de las tinieblas a quien reconocía en sí la presencia de tinieblas. Lo hará también con nosotros si escuchamos su palabra. “Señor, que vea”, fue una petición frecuente en los ciegos del evangelio. Sea también la nuestra.