En este momento estás viendo Samaritana y Jesús: un diálogo constructivo

Éxodo 17, 3-7 | Romanos 5, 1-2. 5-8 | Juan 4, 5-42

La convivencia es un ejercicio diario, no siempre fácil, tampoco diariamente difícil y siempre (obligado). La convivencia no es siempre entre personas que se llevan bien, con las que das gusto estar, conversar y compartir. En una sociedad plural, como es la sociedad humana, hay que convivir con personas de quienes disientes, con quienes no estás de acuerdo, de categorías y niveles distintos, etc. Y esta convivencia no siempre es fácil; quizá casi nunca es fácil, aunque tampoco es siempre difícil.
La liturgia de la palabra de este domingo puede hacernos pensar también en esta dimensión de convivencia. Sobre todo al meditar el diálogo entre Samaritana y Jesús.

Dos pueblos que no se hablan
Un buen día, camino hacia Jerusalén, Jesús pasó con sus discípulos por Samaria. Y Jesús se hizo el encontradizo con una mujer de samaria que había ido a sacar agua de un pozo donde Jesús estaba descansando. Y con mucha naturalidad le dijo a la mujer preparada para sacar el agua: “Dame de beber”. Y la mujer (no se llamaba samaritana, sino que era de samaria, como ahora nosotros decimos de una persona que es francesa, inglesa, española, etc.) le da una réplica espontánea: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?”. Y el evangelista Juan, que es quien lo narra, comenta entre paréntesis: “Porque los judíos no se tratan con los samaritanos”.
Hay muchos pueblos que no se tratan (por utilizar cierto eufemismo). Y no sólo pueblos. Lo vemos y oímos todos los días.

Y Jesús comenzó el diálogo
Jesús no se arredró y abrió el diálogo: “Si conocieras… quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él”. Y siguió hablando. Samaritana no se avergonzó y repuso con tono algo altanero: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo…”. Samaritana no era lerda. Le ponía en un dilema a Jesús. Samaritana era capaz de mantener un diálogo con sentido y esperando su victoria. Jesús vio que era llegado el momento de entrar a lo que él buscaba: “Hay otro pozo más hondo, que tiene una agua más profunda, un agua viva, que quita la sed”. Y Samaritana se apresura: “Dame de esa agua”.

Jesús va despacio
Jesús deja reposar las cosas, no se precipita. Deja de momento un diálogo que va pareciendo –y lo es- profundo. Y sigue algo más “prosaico”. Le dice a Samaritana: “Vete, llama a tu marido y vuelve acá”. Samaritana es sincera: “No tengo marido”. Respuesta escueta. Jesús le dice: “Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad”. Y siguió el diálogo.

El diálogo no se rompe
Teresa de Jesús decía: “la paciencia todo lo alcanza”. Y Jesús tuvo paciencia. Samaritana al fin se rindió, convencida, a la persona de Jesús, un judío que era reprobado por los samaritanos. No se encerró en su calidad de dura Samaritana. “Dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho… ¿No será el Cristo?”. Lo era. No es cuento de hadas. Es una lección: si hay sinceridad en el diálogo, seguramente se rompe fronteras.

Para la semana: El cristiano es dialogante sincero. La paciencia (no la indolencia) todo lo alcanza. Prueba a ver.