Ezequiel 37, 12-14 | Romanos 8, 8-11 | Juan 11, 1-45
Este domingo, previo ya a la Pascua de resurrección, la liturgia de la palabra se centra en la resurrección de Lázaro, amigo de Jesús. Parecería que es como una introducción a la resurrección de Jesús y nuestra. Jesús resucita a Lázaro y el Padre resucita a Jesús. Muerte y vida en un breve espacio de tiempo.
Leído este evangelio en el momento actual se hace más presente que en otras ocasiones. La pandemia en la que estamos nos permite conocer un poco más lo que es la vida y lo que es la muerte. Y también sus contextos: mueren las personas sin la presencia de familiares y amigos. El dolor se acumula exponencialmente. Es una experiencia rara.
“Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”
Lo hemos cantado tantas veces, y lo hemos oído muchas veces más, que puede perder mordiente esta rica afirmación. Sobre todo si el amigo se va “para siempre”. La muerte nos visita a diario. Pero la muerte en estos días tiene un carácter especial. Nos ha pillado por sorpresa y ha llegado con furor y espanto. Las frías cifras diarias son plato de difícil digestión. La pandemia, palabra que quizá no habíamos oído, tortura a mucha gente. La despedida a distancia de tantos amigos difícilmente nos dejará fríos. “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.
“Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle”
Jesús tenía un amigo que se llamaba Lázaro. Jesús le había hecho amigo del grupo. Por eso dice “nuestro” amigo, no “mi” amigo. Compartir la amistad era una de las grandezas de Jesús, que en otra ocasión también les dijo: “A vosotros no os llamo siervos, sino amigos”. Y sus hermanas le comunicaron su muerte. Jesús inicialmente sólo les dijo a los apóstoles que Lázaro estaba “dormido”, que era tanto como decir que estaba enfermo. De hecho los apóstoles lo entendieron así: “bueno, ya se curará”. Les fue dosificando la noticia. Hay noticias difíciles de encajar a la primera. Pero no para ocultar la verdad. Por eso, Jesús siguió diciendo: “Lázaro ha muerto”.
Y Jesús lloró
Cuando estuvo ante el cadáver de su amigo, “Jesús se echó a llorar”. Jesús sabía llorar. Lloró sobre la ciudad de Jerusalén, objeto de destrucción. Y lloró ante el cadáver de su amigo Lázaro. “Los judíos entonces decían: “Mirad cómo le quería”. Era verdad. Lloraba por Lázaro y lloraba con sus hermanas, Marta y María, un poco asustadas. “Llorar es de mujeres”, se ha dicho algunas veces. No es verdad. Llorar es de “amigos”. Y si no lloramos a los miles de hombres y mujeres que mueren en estos días es que nuestra amistad es muy corta y nuestra solidaridad, más corta aún.
“Tu hermano resucitará”
Marta, mas “atrevida” que María arrancó a Jesús unas palabras de esperanza: “Tu hermano resucitará”. Y se entabló entre ellos un diálogo interesante sobre la muerte y la vida, diálogo que podemos proseguir también nosotros con Jesús. Será una meditación positiva, aunque no fácil, para vivir estos días. Hagamos un esfuerzo de humanismo y de fe, de solidaridad y esperanza. Todo, menos ser ajenos a esta experiencia que nos envuelve.
Para la semana: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jesús), “consolaos mutuamente con estas palabras” (San Pablo), que son palabras de Jesús.