En este momento estás viendo DE LOS NIÑOS A LOS ANCIANOS

 

Eclesiástico 3, 2-6-12-14

Colosenses 3, 12-21

Lucas 2, 22-40

 

Entre los cristianos, los niños (los pequeños) tienen una presencia importante en la vida. No se valen por sí mismos. Pero tienen quien los espere, los acompañe y los mime: los ancianos. Generalmente, los niños tienen privilegios en la sociedad. Incluso, si no se les atiende, la inmensa mayoría lo ve muy mal. Todo para los niños. Los mayores renuncian de buena gana. Se sienten pagados.

Jesús también fue niño.

 Todos hemos sido niños y ya desde los primeros días hemos sido juguete en manos cariñosas de sus padres, abuelos, hermanos, familiares, vecinos, curiosos… Incluso, sin ellos saberlo, van de acá para allá y dan no pocas vueltas. Sus padres se preocupan por presentarlos en sociedad en documentos que empiezan a tener importancia. Y allí están los abuelos.

De acá para allá.

Y Jesús, igual que todo niño, también anduvo de acá para allá. “Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén /¡nada menos que a Jerusalén!/ para presentarlo al Señor” y cumplir lo que estaba prescrito, entre otras cosas para entregar la oblación a Dios: “un par de tórtolas o dos pichones” (¡quién no los ha visto!) (hoy más sofisticada la oblación). Y allí los esperaban dos ancianos: hombre y mujer.

.La vuelta a casa

Jesús era ya algo especial. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Sobresalieron dos ancianos/as: Simeón y Ana, que dejaron huella en la presencia de los primeros días de Jesús. Merece la pena conocerlo. A los ancianos se les caía la baba de amor.

Para la semana: Dos categorías de personas en nuestra vida: niños y ancianos, en masculino y en femenino. Merecen que les demos lo mejor y que recemos por ellos.