Isaías 42, 1-4. 6-7
Hechos 10, 34-38
Marcos 1, 7-11
Entre los cristianos hay pocas cosas tan cercanas como el bautismo de sus niños. El niño apenas abre los ojos, se encuentra con un grupo de personas (a quienes no reconoce), echa sus primeras lágrimas y todos los que le rodean no pueden menos de gozar. Es un momento curioso y significativo a la vez. Recordarlo es simpático y estimulante.
Jesús también se bautizó
Sí, Jesús recibió el bautizo. Le bautizó precisamente Juan el Bautista. Jesús no era un niño. No necesitaba quien le llevase en brazos. No estaban allí ni María ni José. Jesús ya se valía por sí solo. Y sabía lo que hacía. Se puso en la fila y esperó a que le llegase la hora. Como hacían los demás. Seguramente no le conocieron muchos de la fila. Jesús no estaba allí para hacerse ver.
Solidario con los demás
El gesto del bautismo era conocido en las religiones del tiempo de Jesús. En principio, no llamaba la atención que alguien formase fila para recibir un bautismo, que podía realizarse con frecuencia durante la vida. Era un gesto sencillo y significativo para mucha gente. Era, podemos decir, casi como una costumbre no exenta de significado.
También Jesús un día se puso en la fila. Quiso ser solidario con los demás y quiso ser como uno de tantos. Como lo era en el trabajo junto a José en la carpintería.
Vio rasgar los cielos
En realidad, Jesús no era propiamente uno de tantos. Incluso en todas las personas, o al menos en muchas, suceden cosas parecidas. En un momento particular, algo se rasga en su interioridad. Como sucede a veces (incluso con frecuencia) Jesús oyó la palabra de Dios que le decía: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.
Para la semana: Vivamos nuestro bautismo, que Jesús nos ayudará con los recuerdos de nuestros bautismos.