2º Macabeos 7, 1-2.9-14 | 2º Tesalonicenses 2, 16-3,5 | Lucas 20, 27-38
Acercándonos ya al final del año litúrgico es normal que aparezca también el final de nuestra vida. Cosa difícil, pero con sentido de eternidad como todo lo que sale de la boca de Jesús. Las culturas milenarias hicieron de los difuntos seres que vivían, aunque fuese con otros parámetros a los que estamos acostumbrados. Realmente es difícil penetrar en el final de la vida, en la muerte. Solo la fe en la resurrección mantiene nuestra vida.
La fe en la resurrección
El cristiano sigue fiel a la afirmación de San Pablo: “si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 17). Y nuestra esperanza. Pero… no. Jesús resucitó, y lo hizo como primicia de los que han muerto (1 Cor. 15,20) y de los que moriremos en el futuro.
La resurrección ignorada, burlada y añorada.
La resurrección ha sido, a lo largo de la historia, objeto de incredulidad, mofa e ironías culturales, religiosas y sociales (algunas crueles). Los saduceos en tiempo de Jesús (lo leemos en el evangelio de hoy) formaban parte de esos incrédulos (mofas, mejor). Se repite después a lo largo de la historia en griegos y agnósticos de todos los tiempos, también de los nuestros.
Y, sin embargo, otros la añoraban y la añoran. El Concilio Vaticano II expresó con la elegancia de la fe (¡también la fe es elegante!): “El hombre juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo”.
Dios es un Dios de vivos
Si, como dice la primera lectura que hemos escuchado, Dios no solo ha sido, sino que actualmente es Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es porque los tres no sólo han estado vivos en otro tiempo, sino que lo están también ahora. Los cristianos añadimos una prueba más fuerte: Jesús resucitó y la suerte de Jesús es la suerte de toda persona que viene a este mundo. Pasamos por el túnel de la muerte, y al pasarlo, alguien nos está esperando: Jesús resucitado, para decirnos: “has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25,21).
Tierra nueva y cielo nuevo
Para describir el mundo de la resurrección, la Sagrada escritura, y con ella la tradición viva de la fe, ha hablado de “tierra nueva y cielo nuevo”. El Concilio Vaticano II, expresando esa fe en nuestro tiempo se atrevió a precisar un poco cómo será esa tierra nueva y ese cielo nuevo: “los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo…, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados”.
Despedida
Es una mirada tranquilizante la que nos confiere la fe cuando nos acercamos al final del año litúrgico y pensamos en el final de nuestra vida y de la vida de este mundo que pasa.
Para la semana: Echa tu mirada hacia atrás sin olvidarte de echarla también hacia adelante. La fe en la resurrección es nuestra mejor medicina.