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Isaías 42,1-4.6-7 | Hechos 10,34-38 | Mateo 3, 13-17

 

Hoy la liturgia da un salto. Jesús ha pasado del nacimiento al bautismo. Acostumbrados como estamos los cristianos a pasar del nacimiento al bautismo en breves días, seguramente pensamos que con Jesús sucedió lo mismo: que a los pocos días de nacer sería bautizado.

Pero las cosas no sucedieron así con Jesús. De un salto se pasa del pesebre al río, de los ángeles a la voz del Padre, del niño al hombre hecho y derecho (unos treinta años).

Y si el nacimiento resulta misterioso, no lo es menos el bautismo. Y si la distancia entre uno y otro fue larga, quizá aconseja escuchar a los poetas, que, artistas de la palabra, se acercan más que otros al misterio y al asombro. No han faltado poetas (por ejemplo, san Juan de la Cruz) que en breves versos han logrado lo que la prosa de otros, no lograron.

Damos, pues, la palabra al poeta, que se acercó un día al Jordán y se atrevió a darnos su asombro al ver bautizar a Jesús:

«A la orilla del Jordán,

descalza el alma y los pies,

bajan buscando pureza

doce tribus de Israel.

Piensan que a la puerta está

el Mesías del Señor

y que, para recibirlo,

gran limpieza es menester.

Bajan hombres y mujeres,

pobres y ricos también,

y Juan sobre todos ellos

derrama el agua y la fe.

Más ¿por qué se ha de lavar

el autor de la limpieza?

porque el bautismo hoy empieza,

y lo quiere inaugurar.»

Para la semana: nuestro bautismo debe ser un punto permanente en la vida del cristiano. Inaugurado está. ¿Lo visitamos con frecuencia?