Isaías 8, 23b-9.3 | 1 Corintios 1. 10-13.17 | Mt 4, 12-23
Los ecos de la Navidad continúan en la liturgia y deberán continuar en la vida. El que ha nacido es la luz de las naciones, luz que rompe la oscuridad de la humanidad, de cada hombre. Nuestro tiempo, quizá como todos los tiempos aunque con matices distintos, se mueve a oscuras: dudamos de muchas cosas, negamos muchas más, tropezamos ante muchas situaciones… Hemos estado, estamos y estaremos “en tierra de sombras”. Nos lo recuerdan literalmente las lecturas de este domingo. Necesitamos que nos brille la luz. Esa luz es Jesús, el nacido constantemente en la historia. Este es el mensaje de la liturgia de hoy.
“Tierra de sombras”
Basta echar una mirada a las situaciones políticas, económicas y religiosas para confesar que vivimos en “tierra de sombras”. Ciertamente hay que aprender de la historia, que nos dice que “siempre ha sido así”, siempre la humanidad ha caminado por caminos oscuros. Ello nos libera de asustarnos como si nuestro tiempo fuera el peor de los tiempos. No. Nuestra oscuridad no es seguramente la más espesa de la historia humana. Pero ello no niega que tengamos muchas y profundas oscuridades, comunitarias y personales. Negarlo es exponerse gravemente a caerse, a no caminar con la naturalidad, seguridad y alegrías que debería presidir nuestra historia.
“Hiciste grande la alegría”
El profeta Isaías, en palabras que recuerda también el evangelio de este día, no se queda en la angustia que trae la oscuridad. El mensaje central, el más importante, es precisamente el contrario: en medio de esa oscuridad se enciende una luz potente: “Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia”. La Navidad nos ha envuelto en alegría. Una de las notas de la Navidad es precisamente la alegría. Y por mucho que la deterioremos (que seguramente la deterioramos un poquito) es tiempo de alegría, con frecuencia desbordante, recreando cada año novedosamente esa alegría. El mismo profeta Isaías es ejemplo de creatividad cuando compara esa alegría a alegrías que todos comprendemos y tenemos a mano: “como la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín”. Demos rienda suelta a nuestra creatividad de momentos y situaciones alegres (que también hay situaciones alegres en la vida) para recrear la alegría que debe ser nota del cristiano que celebra “una gran luz”.
“Caminemos a la luz del Señor”
Esa luz que es Jesús nacido y viviente entre nosotros nos llama a romper las tinieblas para poder vislumbrar el panorama que se percibe con los ojos abiertos: “El Reino de los cielos ha llegado”. Jesús mismo es el Reino. Él no se cansó de hablar del Reino: “Se parece el Reino de Dios (o de los cielos), el Reino de los cielos (o de Dios) es como…”, Y nos muestra qué es ese Reino y cómo se alcanza y se vive ese Reino. “Caminemos a la luz del Señor”, que es tanto como decir: “Seguidme”, porque siguiéndole nos habremos “convertido” en personas nuevas, humanidad nueva, Reino de Dios entre los hombres.
Para la semana: En la persona de los apóstoles, nuestros “antepasados”, oigamos la voz de Jesús que nos dice; “seguidme”. Caminaremos a su luz y seremos creaturas nuevas.