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Sabiduría 12, 13.16-19 | Romanos 8, 26-27 | Mateo 13, 24-43 

De nuevo un sembrador, aunque Jesús fuera carpintero y su núcleo cercano fuera pescador. Hablaba no sólo del campo. Hilaba diversas situaciones, que pudieran interesar a quienes, por diversas razones, le seguían. Hoy la liturgia nos presenta a Jesús que continúa hablando en parábolas. Engarza nada menos que tres. Y sus discípulos, que no pertenecían ni a los listos ni a los torpes, sino a la mayoría escasamente instruida, no le entienden cuando habla. Tienen, no obstante, la curiosidad, la ansiedad y la humildad de decirle a Jesús: “Explícanos la parábola de la cizaña del campo”. Parece que fue esta parábola la que más impactó a los discípulos. Por eso le piden que se la explique. Y Jesús, el Hijo del hombre, accedió a explicársela.

El campo es el mundo.

El cristiano ha leído y oído con frecuencia la palabra mundo, aunque no la entendido siempre de la misma manera. Hubo tiempos en los que mundo significaba “los hombres malos y perversos”. El Concilio Vaticano II lo definió como “la entera familia humana, con sus afanes, fracasos y victorias”. En nuestros días se ha cambiado “familia humana” por la palabra “creación”. Se ha ampliado de “criaturas” a “creación”, entrando en la palabra mundo no sólo las personas, sino también el resto de la creación (pensemos, por ejemplo, en la ecología).  En este amplísimo campo sembraba Jesús y debemos sembrar nosotros.

La buena semilla y la mala semilla.

La creación entera –el mundo- está en las manos de la creatura humana, de los “agricultores”, de los hijos del Reino y de los hijos del Maligno. Ellos escogen la semilla. En el mercado agrícola hay distintas semillas, no todas son iguales. Elegir bien es dar un primer paso importantísimo. Los agricultores, ya desde ese mismo momento, entran y permanecen en la creación con semillas no sólo distintas, sino incluso contrarias. Unos y otros abren la mano (como se sembraba antes, a mano) y va cayendo en la creación semilla buena o semilla mala, trigo o cizaña (en lenguaje evangélico).

“La siega es el fin del mundo”.

Si no hubiera siega, no habría siembra. Los sembradores, de uno y otro bando, cuando siembran piensan en el fin, en la siega. Y unos y otros saben que entre la siembra y la siega hay un espacio de tiempo relativamente largo en el que se trabaja el campo con ilusiones, cansancios, miedos, esperanzas…, mirando al cielo y mirando a la tierra, mimando a las plantas y hasta hablando con ellas… Son largos meses de agua, sol, nublados, granizos… Amigos y enemigos comparten el tiempo y la vida del agricultor ¡El campo es todo un poema! Y al fin llega el tiempo de la siega y la siega misma. ¿Cómo será la cosecha? Es un misterio de espera y esperanza.

“El que tenga oídos, que oiga”

En la sencillez vive el misterio, un misterio de grandeza y pequeñez, de amigos y enemigos, de esperanzas y desilusiones… Presta oídos a tu alrededor, no te duermas, medita, pregunta, actúa, espera, confía…  Es algo así como decir: “Aplíquese el cuento” de la parábola. ¿Habrá cosecha? No está garantizada, aunque esperamos que haya cosecha.

Para la semana: ¿Dónde está la parcela de mi-nuestro campo? Ahí tienes tu siembra y tu esperanza. También ahí llegará tu siega.