1 Reyes 3,5.7-12 | Romanos 8, 28-30 | Mateo 13, 44-52
Sigue Jesús hablando en parábolas (comparaciones) a la muchedumbre en nuestra comunidad cristiana. Hubo parábolas que los oyentes no entendieron y tuvieron que pedir a Jesús que se las explicara. El evangelio de la liturgia de hoy ofrece tres muy breves parábolas y se da la circunstancia curiosa de que los oyentes le entienden a la primera. Cuando Jesús, al terminar la narración de estas parábolas les pregunta: “¿Habéis entendido todo esto?”. Los oyentes le respondieron con un seco y rotundo: “Sí”.
Jesús se había dirigido a ellos, al menos en una de las tres parábolas hablándoles sobre pesca, cosa que entendían tanto los pescadores de oficio como todos los que vivían junto al lago donde Jesús solía hablar y observaban esa actividad todos los días.
Y la primera lectura recoge una escena en la que el Rey Salomón, el sabio Salomón (o Salomón el Magnífico: siglo X antes de Cristo), dialoga con Dios en un momento decisivo de su vida: el comienzo de su reinado, que echa una mirada al difícil arte de gobernar a un gran pueblo.
Pide lo que quieras
Y Dios le ofreció: “Pídeme lo que deseas que te dé”. Y el sabio Salomón, después de pensarlo un momento, respondió titubeante: “Yo soy un muchacho joven y no sé por dónde empezar y terminar”.
La grandeza, incluso –y quizá sobre todo la grandeza humilde- también confunde. Pero ello no dispensa de afrontar la vida, cada uno en su situación. Y se hace consciente del sentido de esa vida. Pero tiene que elegir. Y Salomón eligió: “Concede, pues, a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal”. Hermosa petición. Buen programa inicial para un gobernante.
A veces somos como niños, como muchachos
Los niños lo quieren todo. Y como tienen los brazos pequeños, las cosas se les caen al suelo y todo termina en desolación, llanto y nada. Esa escena infantil hace gracia y puede observarse atenta y jocosamente. Hasta Santa Teresita, toda una Santa, hizo famosa su salida cuando sus hermanas mayores le daban a escoger “los reyes”. Avispada y niña a la vez, respondió: “yo lo escojo todo”. La respuesta tiene miga, aunque a veces se “espiritualiza” demasiado. Teresita hablaba de juguetes, todo el caudal de un niño, sin pensar en ese momento en otras cosas.
Perlas finas, tesoro escondido, red llena de peces
Jesús siguió hablando a la gente. Observaba a sus conciudadanos. Veía sus trabajos, deseos, obsesiones, ilusiones, caprichos…
Y a todos vino a decirles: estáis rodeados de todo, sois inteligentes y estáis atentos a la voz de vuestro interior y a la del mundo exterior en que vivís. Y seguramente hay veces en las que estáis confusos. No podéis disponer de todo, porque sois limitados y con frecuencia unas cosas chocan con otras. Te ves obligado de escoger, a elegir… pareja, vocación, trabajo, descanso…
No es fácil “discernir” (=distinguir) entre unos valores de otros. Pero tenéis que elegir Las tres parábolas del evangelio te dan un criterio: no todo vale lo mismo. Con frecuencia –quizá siempre- hay que tener una escala de valores y estar dispuestos a prescindir –no aborrecer- de una cosa valiosa y querida por obtener otra de más valor.
Para la semana: ¿Qué le pides a Dios? ¿Confías en que te lo dará? ¿Estás dispuesto/a a “vender” incluso lo bueno para obtener lo mejor?